“La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.

Camilo José Cela

sábado, 18 de octubre de 2014

Rafael Cadenas: “La poesía es poderosa e insignificante”

 Si hay un poeta vivo perseguido por uno de sus poemas, ese es Rafael Cadenas. El poema se llama “Derrota”, un hito de la literatura latinoamericana, y el poeta venezolano lo escribió con 32 años. Ahora tiene 84 y sonríe tímidamente cuando se le pregunta si está cansado de aquella letanía que parece perseguirle, que arranca “Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil / que perdí los mejores títulos para la vida / que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)...” y que sigue retratando en primera persona a alguien que creía que su padre era eterno, que fue “humillado por profesores de literatura” y “abandonado por muchas personas porque casi no hablo” o que tiene “vergüenza por actos que no he cometido”. 

Cadenas, un tímido más sigiloso que silencioso, toma el libro que el periodista ha puesto en la mesa, sobrevuela los versos como si fueran de otro y concluye: “Cansado no estoy, pero ese poema hoy no me refleja. Lo escribí en medio de una crisis personal... bueno, una depresión. Si gustó tanto fue porque coincidió con la situación política de los años 60 y la consolidación de la democracia en Venezuela con Rómulo Betancourt”. 

Premio Nacional en su país en 1985 y Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en Guadalajara (México) —el antiguo Juan Rulfo— en 2009, Rafael Cadenas está en Madrid para leer hoy sus versos en el festival de poesía Poemad y para participar el martes en un coloquio sobre su obra en la Casa de América. No le importa viajar —vive en El Hatillo, en el área metropolitana de Caracas— pero le gustan poco las entrevistas. “No tiene nada que ver con los periodistas”, aclara. “Es que no me acostumbro al aparato”, dice señalando la grabadora encendida. “Mejor charlamos, usted toma nota y luego mejora lo que le yo diga”. En breve, de hecho, publicará un libro de entrevistas —“pero la mayoría las respondí por escrito”— al tiempo que ultima un nuevo libro En torno a Basho y otros asuntos. Lo publicará Pre-Textos, el sello que editó en España en 2007 las más de 700 páginas de su Obra entera (antes publicada por Fondo de Cultura Económica en México) y que hace dos años hizo lo propio con Sobre abierto, su último título hasta la fecha. 

“No desdeñes nada. / La rana le dio a Basho / su mejor poema”, se lee en aquel libro. El nuevo, dice Cadenas, sigue por ese camino: reflexiones sobre el maestro japonés del haiku y, como reza el título, “otros asuntos”. ¿Cuáles? “Veremos qué sale. Sobre abierto está muy pegado a la vida cotidiana, pero hay un lado mío muy cercano al pensamiento. Como decía Antonio Machado, los grandes poetas son metafísicos fracasados y los grandes filósofos, poetas que creen en la realidad de sus poemas”. 

Rafael Cadenas es autor de clásicos como Los cuadernos del destierro (1960) y Falsas maniobras (1966), el libro que incluye “Derrota”-. Les siguieron Intemperie, Memorial (ambos de 1977), Amante (1983) y Gestiones (1992). “Ya sé que ese título parece de libro de administración”, explica el poeta, “pero hablaba de otras gestiones, psíquicas”. Y añade: “Uno no sabe por qué escribe lo que escribe, yo no sé qué ha sido para mí lo que la rana fue para Basho, lo que sé es que he ido perdiendo ¿cómo llamarlo? ¿exuberancia?. Bastante misterio hay en la vida cotidiana”. Lento y lacónico, con maneras de sabio —equilibrista de llamó a sí mismo en un poema—, Cadenas mide cada palabra y usa los hombros y las cejas para acompañar sus respuestas. Tal vez por eso —“para no ser pretencioso”— prefiere decir misterio que trascendencia, pensamiento que filosofía y dichos que aforismos. 

Dichos se llama, precisamente, el libro que lleva encima como el que va a un examen más que a una entrevista. Lo abre y lee: “Cuántas utopías derrumbadas. Eso te abrió los ojos. Agradécelo”. Es más que una frase lapidaria tratándose de alguien cuya militancia comunista contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez le llevó siendo un veinteañero a exiliarse en la isla de Trinidad. “Está a 30 kilómetros de Venezuela. Se puede llegar en una lancha”, cuenta quitándole dramatismo a un hecho que dio lugar a su libro más famoso, el citado Los cuadernos del destierro. “Al principio vivía de la ayuda de la familia; luego, dando clases en un colegio”. Pasó allí cuatro años, volvió a Caracas en 1957 y meses después cayó el dictador, “que era un dictador del siglo XX, ahora no son tan directos”. En 1958 publicaba La isla, un poemario que se abría con una cita del polaco Czeslaw Milosz: “Infeliz bajo la tiranía, / infeliz bajo la república, / en una suspirábamos por la libertad, / en otra por el fin de la corrupción”. ¿Por qué suspiran hoy en Venezuela? “En Venezuela se va reduciendo a diario el margen de libertad. El Gobierno cerró las televisoras de la oposición y ahora va por los periódicos críticos, que se están quedando sin papel para imprimir. Eso es intencional. Por eso insisto en defender la democracia pese a sus fallas. Claro que necesita reformas, pero las denuncias contra la corrupción solo tienen efecto cuando hay separación de poderes”. 

Cadenas subraya que nunca ha tenido miedo de decir lo que dice —“a veces me insultan, pero nunca ha habido agresión”—, pero es escéptico sobre el papel social de un poema: “La poesía es todopoderosa e insignificante. Insignificante porque su influencia en el mundo es mínima. Poderosa por su relación con el lenguaje. La política vacía de sentido las palabras —democracia, justicia, libertad—, los poetas llaman la atención sobre ese vacío. Las palabras pierden su valor si no se corresponden con la cosa que designan. No es nada nuevo. Confucio lo llamaba ‘rectificación de los nombres’ y eso es un poeta: alguien que rectifica”.
El Pais

sábado, 15 de febrero de 2014

La soledad de Venezuela

La Organización de Naciones Unidas ha pedido justicia para los muertos. La Unión Europea ha abogado por el “diálogo pacífico” y por el respeto a la libertad de prensa y al derecho a la protesta. El secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA) ha llamado a evitar más confrontaciones. Pero los principales líderes de América Latina, en cambio, han guardado silencio frente a la violencia desatada en Venezuela, durante las protestas estudiantiles de esta semana contra el Gobierno de Nicolás Maduro.
Más que el funcionamiento democrático del Estado venezolano –medido por la garantía de los derechos sociales y políticos de sus ciudadanos y por el respeto a las minorías--, lo que tradicionalmente ha preocupado de Venezuela al liderazgo Latinoamericano durante la última década es la estabilidad del Gobierno en funciones; concretamente, la permanencia en el poder del chavismo, aliado político y sobre todo, aliado económico. La última vez que un organismo multilateral se reunió para tratar la delicada situación política que atraviesa Venezuela, especialmente desde la muerte del presidente Hugo Chávez, ha sido aquella reunión de emergencia en la que participaron ocho de los doces presidentes de los Estados que conforman la Unión de Países Suramericanos (Unasur). Un encuentro celebrado en Lima, en abril de 2013, que resultó en el respaldo incondicional a la elección de Nicolás Maduro como nuevo presidente de Venezuela, sin reparar en las denuncias que ponían en entredicho la transparencia del proceso, ni en las circunstancias que rodearon la muerte de ocho venezolanos durante las protestas posteriores a los comicios.
En este nuevo episodio de violencia que sacude a Venezuela –a la nación, como un todo--, los Gobiernos de América Latina lucen de nuevo conformes con la información parcial e inexacta que hasta ahora ha ofrecido el Gabinete de Nicolás Maduro, que una vez más ha denunciado tramas conspirativas para justificar el uso de la fuerza y la censura. En su alocución de este jueves por la noche, 24 horas después de los episodios que resultaron en la muerte de los estudiantes Bassil Da Costa y Roberto Redman, y del dirigente chavista Juan Montoya, el presidente Maduro se equivocó una y otra vez al dar los nombres de los fallecidos, pero dijo tener certeza absoluta acerca de dónde provinieron las balas que mataron a dos de ellos. La misma noche del jueves, el canciller venezolano Elías Jaua justificó como decisión de Estado la salida del aire en Venezuela de la cadena de noticias colombiana NTN24, la única televisora que estuvo informando en directo de lo que ocurría en las calles del país, mientras las emisoras nacionales de radio y TV transmitían programas de variedades y actos oficiales.
La reacción de los gobiernos de América Latina fue la siguiente: Ecuador y Argentina manifestaron su respaldo irrestricto al Gobierno de Maduro, y Panamá anunció que seguirá con cautela la situación venezolana. El jefe de Gabinete argentino, Jorge Capitanich, informó incluso que “hasta el momento no hay prevista” una reunión de Unasur o de los socios del Mercado Común del Sur (Mercosur) para tratar el asunto.
Al mismo tiempo, una decena de organizaciones venezolanas comprometidas con la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión en Venezuela –Provea, Cofavic, la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz, el Sindicato de Trabajadores de la Prensa, entre ellas—han documentado con testimonios, videos y fotografías la violación sistemática de los Derechos Humanos en Venezuela, sin que sus denuncias hayan sido consideradas por ningún organismo multilateral. Han comprobado la negación de la defensa y en algunos casos, la tortura –con golpizas e intimidación—de los dos centenares de estudiantes detenidos durante las manifestaciones. Han protestado contra los ataques y el robo de material gráfico a los reporteros de los medios nacionales e internacionales que cubrían los sucesos de esta semana, y que prueban el suo de armas automáticas por parte de policías y militares y la intervención de grupos paramilitares afines al chavismo - denominados en Venezuela "colectivos - en la represión de las manifestaciones. Se trata de las mismas organizaciones que durante más de dos décadas han demostrado con rigurosidad ante la Comisión de Derechos Humanos de la OEA (CIDH) la responsabilidad del Estado venezolano en crímenes de lesa humanidad. ¿Acaso esta vez no merecen ser escuchadas?
La comunidad de países Latinoamericanos y del Caribe se presenta ante estos hechos como una alianza de gobiernos y no de Estados, que desconoce abiertamente las voces disidentes de sus ciudadanos, en función de intereses coyunturales. El grueso de los países que conforman la Organización de Estados Americanos y casi la totalidad de los que integran la Comunidad de Estados Latinoamericanos (Celac) y la Unasur, aún reciben apoyo de Venezuela a través de los envíos de petróleo barato o tienen a este país como un cliente seguro de sus exportaciones. Ante estas razones prácticas, no caben siquiera la preocupación y la duda. Y así, mientras más acompañado está el presidente Nicolás Maduro de sus pares regionales, más solos están los ciudadanos a los que Gobierna: el pueblo chavista y el opositor, que requieren justicia para que episodios como estos no se repitan cíclicamente y mediación para el diálogo, cada vez más necesario.
El Pais