Kunst am Turm
Debe
haber sido finalizando abril de 1994, cuando un sábado a media mañana, el
conserje del edificio donde vivía se acercó a mi apartamento para decirme que
una pareja de gringos estaba solicitándome para hablar conmigo. Enseguida me
arreglé y bajé a ver quiénes eran y qué querían. No tenía la más remota idea de
qué se trataba, pero viendo el apremio del mensajero, rápidamente salí al
encuentro de los extraños.
Era
una pareja formada por un hombre y una mujer, enormes, con una estatura
superior al promedio de las nuestras, y, eran tan catires que parecían albinos.
Vestían de modo muy informales, al estilo en que usualmente lo hacen los
turistas, incluso la mujer llevaba colgando de su cuello una cámara
fotográfica, igual a los viajeros foráneos. Al presentarme, imaginando que en
verdad eran norteamericanos, me causó mucha risa descubrir que no eran tales
sino alemanes, poniéndomela así de manera más difícil para conseguir
entendernos. El caso es que cómo pudimos, al poco rato logramos precisar cuál
era el interés en contactarme. Era el mural, la obra culminada meses atrás en
nuestra ciudad, la cual por sus dimensiones se había convertida en referencia
obligada en su paisaje urbano, llamando la atención a propios y extraños. Esa
era la razón de aquella visita inusitada en medio del sopor atormentado de esa
mañana de abril, el mes más caluroso del año presagiando las lluvias de la otra
mitad de la estación climática en nuestro país. Así, entre mímicas, un pésimo
español y un inglés a trancazos, como auto bajando una cuesta con el pie
pisando el freno atenuando el descenso, lograron explicarme la razón de
entrevistarse conmigo. Para ese momento todavía teníamos muy presentes todos
los pormenores de la ejecución de la obra promovida y apoyada entusiastamente
por Lolita Aniyar de Castro, gobernadora en aquella época, cuya primera
impresión cuando le referí la idea, fue: "Edinson, tú como que te volviste
loco"
...Sigo
luego porque es muy incómodo escribir con un dedo...
Los
dos alemanes ya venían de hacer una sesión de fotos en el mural, y, ahí,
pidiendo detalles al vigilante de entonces, que no imagino de qué modo lograron
sacarle el lugar donde yo vivía, consiguieron dar conmigo sin mayores
problemas, en fin de cuentas, Ciudad Ojeda tampoco es una metrópolis
inextricable, y cuando se unen el instinto y el interés, no hay barrera que se
oponga para lograr el objetivo propuesto. Eso pensé al caer en cuenta que me
encontraba ante dos reporteros al ver la identificación que portaban, y un
conjunto de ejemplares de una revista a la que señalaban con insistencia para
hacerse entender. Entonces, poco a poco, con relativa facilidad, comenzamos a
comunicarnos, comprendiendo en seguida que requerían información y pormenores
sobre el mural. Así, atendiendo al interés que mostraban, procedí gustosamente
a entregarles el material de que disponía, básicamente fotografías previas a la
obra y algunas panorámicas que ya habíamos tomado desde diversos ángulos de la
ciudad, además de una copia del papel de trabajo que Manuel Vargas había
redactado como fundamento plástico del proyecto. Por último, les di mi nombre y
otras generalidades que pidieron en un español tan rudimentario como elemental,
similar al inglés al modo de Tarzán que temprano intentamos. Se despidieron con
la cara llena de sonrisas y la promesa que pasados unos meses se hizo realidad.
Llegué a comprender que eran dos periodistas adscritos a la embajada alemana en
Caracas en gira por el país, que, por otra parte, representaban a la publicación
que con tanto interés me mostraron; una revista en formato mayor al de una
carta, en cuyo cabecero figuraba su nombre impreso en letras grandes en tono
amarillo, y, debajo de él, una especie de subtítulo todo en alemán. Por lo que
entendí, era un impreso internacional bajo el título de SBZ que se editaba
periódicamente. El caso es que estos reporteros me hicieron saber que El mural
más grande (así habíamos decidido llamar la obra luego de una consulta entre
escolares de la ciudad) tendría un reportaje en ella, el cual se me haría
llegar para el 13 de diciembre de 1994, fecha entonces en la que por error se
conmemoraba el aniversario de la ciudad.
Pasaron
varios meses y me fui olvidando del asunto, apenas lo recordaba de vez en
cuando sin dar mucho crédito a la puntualidad alemana. Cuando llegó la fecha
indicada para recibir el ejemplar de la revista, 13 de diciembre de 1994, entonces
no la recibí, la había estado esperando con ansiedad, sobre todo porque estas
dos personas me aseguraron firmemente que, para dicha celebración, exactamente
ese día, la recibiría con toda seguridad. Se fue el 13 de diciembre, y no pasó
nada... Pero el 14, es decir al siguiente día, bien temprano, un cartero
(entonces todavía había carteros y el correo funcionaba medianamente), tocaba
el intercomunicador del edificio, y desde la bocina del aparato, alguien me
decía: "señor Martínez tengo un paquete para usted". Efectivamente,
al abrir el sobre, un par de SBZ se desplegaron ante mí, los examiné
rápidamente, y en sus páginas internas, creo que casi en el centro del impreso,
me encontré con el titular principal "Kunst am Turm", siguiendo luego
con un amplio reportaje de cuatro columnas en cada hoja, donde se reseñaba la
obra junto a varias de las fotos que les entregué. No llegaron el 13, pero el
14 bien temprano ya las tuve en mis manos. Entonces pensé, "¡cuánta de esa
puntualidad nos hace falta!".
Uno
de los ejemplares se lo obsequié al autor de la obra, mi siempre recordado
amigo Manuel Vargas, y el otro a Julieta Arriechi, dejando para archivos una
copia a full color que mandé a hacer. Al profesor Jesús Casado le pedí la
traducción, quien gustosamente me la leyó durante una visita que le hiciera al
diario El Regional del Zulia, donde laboraba como corrector de textos.
Después
de tantos años transcurridos, cuánto lamento que por la desidia general, de
gobernantes y gobernados, la obra paulatinamente haya ido deteriorándose, casi
desvaneciéndose, por no haberse realizado la debida restauración que tocaba en
sus primeros quince años de vida. Quizás llegue al punto en que ya no pueda
restaurarse, entonces se convertirá en el mayor icono de la desidia de un
pueblo. ¿Qué pensarían hoy aquel par de alemanes deslumbrados entonces por los
cuarenta y dos metros de altura de El mural más grande?