Era una mañana de invierno del año 1960. La ciudad de Nueva Orleans (estado de Luisiana) estrenaba las horas de un lunes que podía prometer muchas cosas, menos normalidad. Desde temprano, un grupo conformado por amas de casa y adolescentes se aglomeró en la entrada de la escuela William Franz. Llevaban pancartas en las que se leían ofensas y amenazas dirigidas a ella, la causante del malestar común que unió en la indignación a más de 150 personas. El sonido de las sirenas anunció su llegada. De los dos autos negros que se estacionaron frente a la escuela salió un cuarteto de agentes federales vestidos con trajes y sombreros. Hicieron un reconocimiento del área y dieron la orden: ella podía bajar del automóvil. Llevaba un lazo blanco en el pelo, chaquetilla y calcetines también blancos. Era la hija mayor del matrimonio conformado por Abon y Lucille Bridges y hacía seis años que había nacido en el estado de Mississippi. Ruby Bridges era la primera niña negra que entraba en la escuela para blancos William Franz.
“Dos, cuatro, seis, ocho, no queremos la integración. Ocho, seis, cuatro, dos, no queremos una negra”. Ruby creía que el estribillo que gritaban a su paso era como una de esas canciones que amenizaban las tardes en las que saltaba la cuerda con sus amigos. Su madre le dijo: “Hoy vas a una nueva escuela, tienes que portarte bien. No tengas miedo. Puede haber algunas personas molestas afuera, pero yo voy a estar contigo”. La pequeña mano de Ruby se aferró con fuerza a la de su madre mientras se abrían paso entre la multitud. La niña pensaba: “Hoy es el Mardi Gras, y yo estoy en un desfile”. El Mardi Gras es la fiesta anual de carnaval que se celebraba en Nueva Orleans antes del Miércoles de Ceniza. Ruby no estaba segura, quizá se equivocaba. Las personas que le gritaban no tenían rostros alegres y las cosas que arrojaban a su paso no eran los típicos collares de cuentas de cristal.
La familia Bridges dejó la granja de los abuelos paternos en Mississippi para empezar la búsqueda de una mejor vida en Nueva Orleans. Fijaron su nueva residencia en la calle Francia, en el barrio de La Florida. Ruby asistía a la escuela, ayudaba a su madre y cada domingo visitaba la iglesia con su familia. Durante la primavera de 1960, algunos niños negros que acudían a las escuelas del sur se presentaron a unas pruebas que determinarían su participación en el programa de integración propuesto por la Asociación Nacional para el Progreso del Pueblo de Color (Naacp). Ruby estaba entre los niños y niñas que aprobaron el examen y fue seleccionada para empezar el nuevo año escolar en la escuela William Franz, que hasta entonces sólo admitía niños blancos.
“Creo que nos estamos metiendo en problemas”, advirtió el señor Bridges a su esposa. El padre de Ruby no estaba muy convencido de que un cambio de escuela fuera bueno para su hija. Pensaba que la niña debía continuar su educación en la escuela Johnson Lockett. La William Franz quedaba a pocas cuadras de la casa de los Bridges, pero la Johnson Lockett, aunque estaba mucho más lejos, no sólo tenía buenos maestros sino que todos sus alumnos eran negros, igual que su hija. Los habitantes del barrio de La Florida estaban separados por bloques y esta separación estaba determinada por el color de la piel. El señor Bridges se mostraba preocupado por las inevitables consecuencias que, sin duda, acarrearía este cambio. Por su parte, la señora Bridges insistía en que ésta era una buena oportunidad. Después de discutir mucho el asunto y de orar a Dios para que los ayudara a decidir, la señora Bridges consiguió convencer a su marido.
En mayo de 1954, en un dictamen histórico a favor en el caso Brown contra la Junta Escolar, la Corte Suprema de los Estados Unidos aprobó la eliminación de la segregación en las escuelas. La demanda contó con una estrategia diseñada por McKinley Burnett y estuvo encabezada por Oliver Brown y doce ciudadanos de Topeka, en Kansas, un estado que entre 1881 y 1949 había interpuesto once demandas contra los sistemas escolares segregados. La parte demandante del caso Brown estaba compuesta por padres de familia que exigían un trato igualitario para sus hijos, un total de 20 niños. Existen datos que confirman que en 1849, en Boston, Massachusetts, tuvo lugar una demanda similar. El caso Brown se destaca por ser la primera demanda de esta naturaleza que obtuvo un fallo positivo por parte del Tribunal Supremo. Fue un principio difícil. Una gran parte de la población blanca mostró su rechazo ante la resolución y los gobernadores de algunos estados del sur prefirieron ordenar el cierre de las escuelas. En 1955 el tribunal emitió una segunda sentencia que fue acogida en Nueva Orleans, seis años después de que se emitiera la primera.
“Tal vez estoy en la universidad”, fue la conclusión a la que llegó Ruby mientras pasaba su primer día de clases sentada en el despacho del director. Los amigos de la familia la felicitaban por haber aprobado los exámenes; sin duda había logrado algo que la colocaba en una posición diferente a la de los demás niños. Tenía la impresión de que aquellas pruebas suponían otro nivel, algo completamente nuevo para ella. Ruby tardaría en enterarse de que los padres de sus compañeros habían ido a retirar a sus hijos de la escuela y que cuando pasaban por delante de ella y de su madre les gritaban insultos que ningún medio de comunicación se atrevió a reproducir. El mismo día en que Ruby entraba por primera vez en la escuela William Franz, las niñas Leona Tate, Tessie Prevost y Gail Etienne ingresaban en McDonogh Nº 19, otra escuela para blancos de Nueva Orleans que se iniciaba en el proceso de integración en medio de protestas e incidentes desagradables.
Las cosas no cambiaron demasiado el segundo día de clases. En la entrada de la escuela había mucha más gente y los manifestantes incorporaron a la protesta un elemento que asustó a Ruby: un pequeño ataúd que en su interior llevaba una muñeca negra. El Consejo de Ciudadanos Blancos convocó una reunión en el Auditorio Municipal que fue respaldada por más de 5.000 personas, que reafirmaron su oposición a la integración y planificaron nuevas protestas.
No se escuchaban risas ni murmullos, no había un solo niño en el aula y Ruby no tenía compañeros de clase ni maestros. Muchos profesores decidieron abandonar sus puestos de trabajo, algunos por convicción, otros por la presión que deberían enfrentar si permanecían desempeñando sus funciones. En el estado de Luisiana se aplicaron leyes represivas que consistían en suspender los sueldos a los maestros que continuaran enseñando en las escuelas integradas.
La profesora Barbara Henry y su marido llevaban sesenta días viviendo en Nueva Orleans. Hicieron la mudanza desde Boston y apenas empezaban a adaptarse a la vida sureña cuando a Barbara le propusieron trabajar en la escuela William Franz. Antes de dar una respuesta, la maestra quiso saber si la escuela estaba participando en el programa de integración. “¿Esto influirá en su decisión?”, preguntó el superintendente que esperaba al otro lado del teléfono. Barbara Henry dijo que no.
“Bienvenida. Soy la señora Henry, tu nueva maestra”. Barbara Henry se presentó ante Ruby provocándole un asombro que la niña no pudo disimular: “Pero ¡si usted es blanca!”. La pequeña estaba desconcertada, no sabía qué podía esperar de ella, nunca antes había tenido una maestra blanca y los acontecimientos de la últimas horas acrecentaban su confusión. La gente que le gritaba cosas en la entrada de la escuela era blanca, pero los agentes federales que la protegían también eran blancos. Pese a la primera impresión, entre alumna y profesora hubo buena sincronía. Durante mucho tiempo, Ruby fue la única alumna de la señora Henry. La niña almorzaba sola, jugaba sola y hasta para ir al baño precisaba de la custodia de los agentes federales. Ruby recuerda que todos los días la señora Henry la recibía con un abrazo y se sentaba a su lado para enseñarle las letras del alfabeto con paciencia y cariño. Cuando el año escolar estaba a punto de finalizar, se incorporaron a clase cuatro alumnos blancos que no tuvieron inconvenientes en compartir el salón de clases con una niña negra, quizá porque “todavía no habían aprendido los prejuicios”, como comentaría Barbara Henry años más tarde.
Consecuencias
La tensión provocada por la iniciativa del programa de integración desencadenó una serie de disturbios que se extendieron por toda la ciudad. Los empresarios mostraron su preocupación por el impacto negativo que podía provocar esta situación en la economía local. La familia Bridges empezó a sufrir las consecuencias de su decisión. El padre de Ruby fue despedido de la estación de servicios en la que trabajaba. Los propietarios de una tienda de la ciudad les comunicaron a los Bridges que ya no les venderían más comestibles y los dueños de las tierras de Mississippi en las que los abuelos de Ruby llevaban trabajando más de dos décadas les reclamaron que su nieta estuviera alterando el orden en Nueva Orleans.
La otra cara de la moneda estaba compuesta por las familias que desafiaron las afrentas de la oposición y que, a pesar de los ataques, volvieron a llevar a sus hijos a la escuela William Franz. Desconocidos de todos los estados empezaron a mostrar su apoyo a la familia. A los agentes federales que recogían a Ruby en la puerta de su casa para acompañarla hasta la escuela, se sumó un grupo de vecinos que hacía el mismo trayecto a pie todos los días. El doctor Robert Coles, psiquiatra infantil, se puso a disposición de Ruby y su familia, y semanalmente visitaba su casa para ayudarla a gestionar las implicaciones de su experiencia y brindarle apoyo emocional. Cuando finalizó el año escolar, el número de manifestantes había reducido notablemente. El tiempo de la tormenta transcurrió deprisa para Ruby que, según sus propias palabras, aprendió una de las lecciones más importantes de su vida: “Para la gente no es fácil cambiar una vez que se ha acostumbrado a vivir de cierta manera”.
Durante las vacaciones, Ruby recordaba a su maestra; estaba convencida de que se reencontrarían cuando terminara el verano. No fue así. Barbara Henry fue trasladada a otra escuela. A la ausencia de su profesora se sumaron otros cambios en la rutina escolar de Ruby: los pupitres de su salón de clases ya no estaban vacíos, estaban ocupados por niños blancos y también por niños de origen afroamericano. Aun así, el programa de integración no dejó de ser un proceso lento y sumamente controlado. Los alumnos afroamericanos que se incorporaron a cada una de las escuelas integradas en la ciudad de Nueva Orleans no superaba la docena, y sólo seis escuelas participaban en el programa.
En la actualidad Ruby Bridges es madre de cuatro hijos, vive en Nueva Orleans y dirige la Ruby Bridges Foundation, una corporación que promueve la igualdad y la justicia social. Para concretar sus aspiraciones, Bridges recorre las escuelas de su país compartiendo su testimonio, confiada en que su historia podrá servir de ejemplo para apartar a las nuevas generaciones del resentimiento y del odio, “para que puedan abrazar sus diferencias raciales y culturales y avanzar. Para intentar hacer realidad el sueño de Martin Luther King”.