Como en los años 70, el espíritu de Pablo Neruda ronda las calles de esta capital. Se percibe 2013 como el año de la ratificación de la vigencia de la obra del gran poeta chileno, justo cuando se cumplen 40 años de su muerte, ocurrida días después de la caída del gobierno y de la muerte de su amigo Salvador Allende. En los círculos culturales y junto a los quioscos callejeros se habla de tres libros recién publicados: Sombras sobre Isla Negra, de Mario Amorós; El caso Neruda, de Roberto Ampuero, ya disponibles en librerías en Colombia, y El doble asesinato de Pablo Neruda, de Francisco Marín y Mario Casasus, basado en el testimonio de Manuel Araya, el chofer del escritor, quien lo acompañó durante sus últimos días de vida.
La de Ampuero es una ficción plana con sello de best-seller, ambientada en el preámbulo del golpe; más una estructura notarial apoyada en hechos reales que una novela negra a la que le convenga la trama detectivesca del cubano Brulé, paralela a cinco historias femeninas. En cambio, Sombras y El doble asesinato son libros de investigación periodística bien logrados, que documentan la teoría de que el autor de Tentativa del hombre infinito no murió a los 69 años de edad a causa del cáncer de próstata, también motivo de los versos de “El gran orinador”. Habrpia sido efecto de una inyección que le aplicaron en la habitación 406 de la Clínica Santa María, a donde fue llevado enfermo y deprimido, aunque no grave, tras enterarse del asalto al Palacio de la Moneda, de la llegada de la dictadura que él había anunciado en el Estadio Nacional donde ahora torturaban y asesinaban a sus amigos de causa.
Los dos otorgan plena credibilidad a las declaraciones de Araya, detenido y torturado mientras su patrón agonizaba, e insisten en la exhumación de los restos como parte de la investigación reabierta en mayo de 2011 por el juez Mario Carroza, tras denuncia del Partido Comunista en el que militó Neruda. Fue luego de que el sociólogo Francisco Marín publicara un reportaje en la revista mexicana Proceso, sustentado por un informe judicial donde el doctor Sergio Draper reconoce que fue él quien ordenó que se le inoculara una dipirona. Para el libro, Marín se apoyó en pesquisas del periodista mexicano Mario Casasús.
Es el mismo hospital investigado por el asesinato por envenenamiento en 1982 del expresidente de Chile Eduardo Frei Montalva, predecesor de Allende, también a manos del régimen de Pinochet. La exhumación del poeta en la tumba de Isla Negra, donde está sepultado “frente al mar que conozco”, junto a Matilde Urrutia —Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y un día/ dejadla que otra vez me acompañe en la tierra—, se anuncia como el hecho judicial para este año, medida que resultó definitiva en el caso Frei y en el del cantante Víctor Jara, cuatro de cuyos presuntos asesinos se entregaron la semana pasada.
Amorós, periodista, doctor en historia y escritor español experto en Neruda, respalda la misma hipótesis y revela testimonios nuevos como el de Rosa Núñez, la enfermera que lo atendió en Isla Negra y, junto a declaraciones de diplomáticos que lo visitaron y horas antes lo vieron vital y no agónico, ratifica que los médicos le habían dado una expectativa de vida de seis o siete años más.
Los dos libros rescatan las palabras y testimonios de Matilde, la viuda, su temor de que a Neruda le pasara algo desde días antes del golpe de Estado, razón por la cual el gobierno mexicano le había ofrecido un avión privado y asilo inmediato. Pero Neruda se negó a abandonar la patria de sus poemas, esperó a los militares en Isla Negra, los dejó allanar y les dijo: “aquí hay una sola cosa peligrosa para ustedes… ¡la poesía!”.
El autor no esconde su coincidencia política con el poeta, reconstruye con rigor sus luchas junto a Allende y con el mismo juicio acude a versos como los de “Los enemigos” del Canto general: No quiero que me den la mano/ empapada con nuestra sangre./ Pido castigo./ No los quiero de embajadores,/ tampoco en su casa tranquilos, los quiero ver aquí juzgados/ en esta plaza, en este sitio./ Quiero castigo. En “Siempre” escribió: Aunque los pasos toquen mil años este sitio,/ no borrarán la sangre de los que aquí cayeron./ Y no se extinguirá la hora en que caísteis,/ aunque miles de voces crucen este silencio./ La lluvia empapará las piedras de la plaza,/ pero no apagará vuestros nombres de fuego. Pinochet dijo a través de la radio: “nosotros no matamos a nadie y, si Neruda muere, será de muerte natural”.
Al tiempo, aquí se anuncian reediciones de todos sus libros, así como en la mayoría de países de habla hispana. En los quioscos encuentro una muy bonita de Arte de pájaros, presentada por Bernardo Reyes, escritor y sobrino nieto de Neruda. Un librero me asegura que a Neruda lo sobrecogían los Sonetos de la muerte, de Gabriela Mistral, también Nobel de literatura chilena. En Antofagasta hay filas para ver la exposición de la famosa colección de 207 caracolas, donadas por el poeta a la nación junto a 5.000 de sus libros. El escritor uruguayo Eduardo Galeano lanzó en Santiago Los hijos de los días y exaltó su memoria poética y política. El alma de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto vive.
El Espectador visitó La Chascona, la emblemática casa santiagueña concebida en 1952 para su amada Matilde, donde hace cuatro décadas su cuerpo fue velado, convertida en museo como la de Isla Negra y La Sebastiana, en Valparaíso. La poesía de Neruda nace en las cumbres de los Andes y desemboca en el Pacífico. Esa personalidad permanece en sus casas, es como subir a un barco capaz de navegar océanos y montañas. La Chascona está levantada en las acogedoras faldas del cerro San Cristóbal, calle arriba del barrio Bellavista, patrimonio de la humanidad construido con miles de detalles de “lamento marino”, porque hasta allí sintió el “deber de poeta” de dejar un “grito gris” para quienes no escuchan el mar en la ciudad; “la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita”; “las aportaciones de la tierra y del alma”: puertas que parecen mascarones de proa, techos bajos, líneas circulares de ventanas y barandas en oleaje “errante”. “Ecos estrellados”, “quebranto de espuma y arenales”, “susurro de sal que se retira”. Se rescató buena parte del universo nerudiano a pesar de que la dictadura de Augusto Pinochet la arrasó apenas se tomó el poder, desviando incluso un canal de agua para que no quedara piedra sobre piedra, y el torrente que se grabó hasta en las rocas fue el del autor de “Cuándo de Chile”: Pueblo mío, ¿verdad que en primavera/ suena mi nombre en tus oídos/ y tú me reconoces/ como si fuera un río/ que pasa por tu puerta?
Los generosos guías recitan a pedido, en español e inglés, los cantos y los sonetos mientras muestran dos versiones de La Chascona (Matilde) pintada por Diego Rivera en 1953, ocultando en sus cabellos desordenados el perfil de su calvo amante. El aroma de la florida dama de noche que acompaña el ascenso a la torre donde hacían realidad los Cien sonetos de amor. Sobre la cabecera de la cama la foto de ambos en Capri, lámparas de un barco holandés. Afura, ojos colgantes de Neruda, vigilantes, instalados por los curadores. Todo tipo de colecciones: vajillas coloridas, copas y botellas singulares, souvenires de África, de Europa; motivos indígenas de la Patagonia, de Isla de Pascua; el rastro de lo que fue la biblioteca, manuscritos de Los versos del capitán, las 11 matrioskas del Premio Lenin, sus gafas; más allá el balcón, el bar de verano. Pero a los empleados chilenos, que velan por el legado literario y material, se les ve descontentos en los corrillos porque sus condiciones laborales no mejoran a pesar de que los ingresos de la Fundación Neruda sí, lo cual se evidencia con la constante visita de turistas europeos y latinoamericanos —más de cien mil al año—, que aportan mucho dinero a los muchos millones de los derechos de autor.
Esta semana no aguantaron más, el lunes tomaron “la bandera” y la poesía del “compañero” Pablo Neruda y se declararon en huelga sindical. Las tres casas fueron cerradas y el viernes treinta de ellos hicieron una marcha de protesta desde La Chascona hasta el Ministerio de Cultura, con el respaldo de la Central Unitaria de Trabajadores. El paro seguirá en pie hasta que el ministro Luciano Cruz-Coke atienda sus reclamos.
Imágenes del Chile nerudiano de hoy, premonitorias en “Voy a vivir” del Canto general: Yo no voy a morirme. Salgo ahora,/ en este día lleno de volcanes/ hacia la multitud, hacia la vida./ Aquí dejo arregladas estas cosas/ hoy que los pistoleros se pasean/ con la “cultura occidental” en brazos,/ con las manos que matan en España/ y las horcas que oscilan en Atenas/ y la deshonra que gobierna a Chile/ y paro de contar.
Lo previó Neruda en el bello discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1971: “nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación”. No pretendía efigies ni que el salón VIP de la aerolínea de su país en el aeropuerto internacional de Santiago fuera bautizado con su nombre, sino que, más allá de los sectarismos de su condición humana, su poesía no cantara en vano.
“Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos”.
El Espectador