Tasajeras Vs Tasajera
Crónicas
perdidas
Edinson Martínez
@emartz1
“…Hay que
recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el
olvido y se termina en la indiferencia…”.
José Saramago
Con frecuencia, gracias a la política comunicacional gubernamental en pleno desarrollo –como bien diría Walter Martínez–, nos hemos habituado a ver los telenoticieros de otros países, así nos enteramos del clima en Cantabria, de los días soleados en Mallorca, o de las lluvias insufribles en los valles colombianos que acaban con las vías y la infraestructura de poblados enteros. Ni hablar de los detalles del Brexit, y la candente lucha en las elecciones francesas. Todo eso da vueltas en las cabezas de quienes, resistiéndonos a ver la basura de los canales nacionales, optamos por mover el control de El mago de la cara de vidrio –como escribiera Eduardo Liendo sobre la TV– hacia esos destinos que, en algunos casos, además de los cinco mil kilómetros de distancia que nos pudieran separan, también la cultura y su cotidianidad vital nos es extraña. Por eso cuando por mera casualidad nos topamos con cualquier nota informativa más o menos familiar, nuestros sentidos se alertan súbitamente. Así me pasó hace unas semanas atrás con el canal colombiano –Caracol Internacional–, en su noticiero estelar de las siete de la noche –aquí a las ocho–, cuando en el marco de una sección identificada como «El reportero soy yo», un hombre, micrófono en mano, cual periodista en acción, reportaba su noticia desde Tasajera. «¡Coño!» –dije sobresaltado–, al tiempo que agudizaba vista y oídos prestando atención. En segundos, el man moreno, con su acento costeño que trastoca las eses al final de las palabras por una especie de «t» o «d» frenada como bicicleta que se detiene a punta de pie sostenido sobre el caucho, desplegaba rápidamente su denuncia. Modesto en el vocabulario, pero certero, fluido y claro en su hablar, y no dejo de pensar en lo que siempre ha sido mi lamento sobre la manera de expresarse mis paisanos, cuando para exponer una idea suelen lucir tan limitados que parecieran ir sorteando cantinfléricamente las palabras hasta finalmente volverse un ocho sin poder claramente manifestar lo que desean. Pues bien, el improvisado reportero popular denunciaba en profundidad el estado de las calles, la insalubridad, la pobreza y el decadente mal vivir a causa del olvido gubernamental a dicha población, esa que ahí se identificaba como Tasajera, y que tan familiarmente me había sonado. Desde luego que la causa de mi interés fue por la calcada realidad de aquella población sobre la nuestra, como suerte de figura reflejada en el espejo, cuya única diferencia entre ambas es de tan sólo una letra. Los mismos males con sus rostros similares, nombre semejante y costa besada por las aguas, como Tasajeras, la nuestra, aquel poblado, ahora fantasmagórico, enclavado en una de las costillas del Lago de Maracaibo. Como el mundo es un pañuelo, en un momento llegué a pensar que su nombre podría deberse a la vena aventurera de algún tasajereño trashumante en la costa atlántica colombiana. Después de todo, Tasajeras tiene en su haber excepcionales hechos que la memoria apenas retiene. La primera persona en suicidarse lanzándose a las aguas del lago desde el puente general Rafael Urdaneta, fue una malograda adolescente embarazada de ésta localidad. Por si fuera poco, años después, otro joven de la misma vecindad, aquejado por una pena de amor, decide su suerte de similar modo. Y como en un trozo surgido del realismo mágico garcimarquiano, un eunuco vasallo de San Benito que sobrevivió herido varios días entre los matorrales a causa de la cruel castración a manos de dos hermanos, se convirtió en el Hombre cero de Tasajeras. Pero, como cuando un hecho lleva a otro, como la pieza del dominó que cae y arrastra a las siguientes, la buena praxis médica de la que fue objeto por el galeno de guardia en el hospital, mereció los elogios de rigor y, también, como consecuencia de su promocionado logro asistencial –he aquí la pieza que cae–, el descubrimiento de su impostura como profesional de la medicina. El sujeto era un osado practicante de origen colombiano que se hacía pasar por médico. Qué de extraño podría tener, entonces, que un natural de éste caserío fundara pueblo en tierras vecinas. Nadie lo sabe, como tampoco con precisión se conoce el origen de un nombre tan particular para aquel poblado nuestro.
El 28 de marzo de 1895 el
Consejo de Gobierno del Estado, mediante decreto legislativo, declaró la sesión
de cuatro leguas de tierras que correspondían entre otras al caserío Tasajeras,
a la parroquia Lagunillas del entonces Distrito Bolívar. La adjudicación se
hizo en virtud de un decreto que tenía por finalidad dotar de ejidos a las
parroquias que carecieran de ellos. Ahora bien, luego de aquella decisión
gubernamental, en 1922 un ciudadano de nombre Betulio Guijarro solicita a la
presidencia de la Asamblea Legislativa dejar sin efecto el decreto de cesión de
finales de siglo. La razón que expuso en su solicitud fue la de no estar dicho acto
de ley autorizado por el presidente de aquel momento, puesto que no aparecía su
firma en el manuscrito, sino únicamente la del secretario. Efectivamente, se
comprobó lo señalado por esta persona y la Asamblea Legislativa en lugar de
enmendar la posible omisión involuntaria –sólo Dios y los actores de aquella
época saben si fue deliberadamente olvidada la respectiva rubrica– del titular
del órgano jurisdiccional, se limitó a dejar constancia del vicio
administrativo. Posteriormente, en el mismo año 1922, otra persona de nombre
Bladimiro Jugo Padrón, comerciante y vecino de Betijoque, en el estado
Trujillo, se dirigió a la Cámara Municipal del Distrito Bolívar para solicitar
se le restituyera a él, a su socio y compadre, general Santos Matute Gómez –hermano
paterno del dictador Juan Vicente Gómez, y designado por éste, presidente del
estado Zulia en 1918–, los terrenos denominados como Tasajeras desde tiempos
remotos, por haberlos obtenido en razón de compra-venta celebrada con los
herederos de Feliciano Rincón Fereira en 1917. Se señala en la solicitud
presentada ante la municipalidad que la compra hecha a este señor Rincón
Fereira forma parte de una herencia que ha venido transfiriéndose desde 1811
hasta el momento de la transacción comercial. Así pues, se dice que los más
antiguos dueños de Tasajeras son unos cónyuges de nombres Francisco José Prieto
y Juana Catalina Estrada, que ya en sus testamentos de 1811 mencionaban a esa
porción de terrenos como parte de sus bienes.
El 3 de mayo de 1922 el
Concejo Municipal del Distrito Bolívar en sesión ordinaria declaró írrito el
acuerdo de la Asamblea Legislativa del año 1895 donde se le otorgan en calidad
de ejidos a la municipalidad de Bolívar los terrenos de Tasajeras y partes
aledañas. Reconociendo de este modo la propiedad y demás derechos de Bladimiro
Jugo Padrón y Santos Matute Gómez sobre tales extensiones de terrenos. Pero la
historia no termina allí. Luego de salirse con las suyas, los dos personajes
citados, se dividieron las propiedades y tocó a Santos Matute la propiedad de
Tasajeras, quien posteriormente la vendió a Lino Ekmeiro, y éste a su vez, a la
Sociedad Anónima Británica The Venezuelan Oil Concessions Limited en el año
1923 por la suma de doscientos mil bolívares exactos que la compañía pagó en
efectivo.
De la gallera del pueblo
la algarabía del juego no cesaba nunca. La pared blanca, dividía a la población
en casi dos mitades perfectas, las casas de balcón a la izquierda, hacia el
sur. Y a la derecha, hacia el norte, el resto del caserío. La estación de
gasolina con su surtidor amarillo encendido adornaba el centro del pueblo. Sus
arrestos de grandeza no imaginaban cuán negro habría de ser el devenir de su
tiempo. Del bullicio aldeano, comparsa
de la vorágine petrolera de comienzos de siglo, no queda absolutamente nada, ni
siquiera un precario vestigio que dé cuenta de aquella época. En el lugar que
ocupaba toda esta historia se encrespa ahora una espesa vegetación con su
cortejo de olvido. En nuestra memoria se yergue un Macondo que habita en el
alma de poblaciones enteras que fueron mudadas, desarraigadas, sin respeto
alguno a su gentilicio. La reubicación que hizo el Estado venezolano de todos
estos asentamientos por debajo de la cota cero del lago de Maracaibo, no sólo
se llevó a las personas a otros parajes, también aniquiló con saña, su memoria histórica
e identidad, dejando en su lugar monte y olvido.
Nota: Hace muchos años, en
septiembre de 1993, escribí un artículo titulado “Tasajeras en anverso y
reverso” del cual he tomado algunos párrafos que ahora transcribo en parte.