El Centro de Convenciones estaba repleto. Una efervescencia silenciosa se sentía en el aire. Parecía que el público estuviera a punto de presenciar la llegada de una estrella de rock. Todo el auditorio esperaba ansioso su salida, por eso, el público abucheó a la presentadora del evento cuando anunció que la charla de Mario Vargas Llosa se pospondría unos minutos pues el gobernador de Bolívar y el alcalde de Cartagena planeaban, primero, condecorar al escritor con la Orden Rafael Núñez y las llaves de la ciudad. Todos habían pagado para oír a su ídolo, y la condecoración, fuera de lugar, solo reducía el tiempo que les quedaría para conocerlo. Los asistentes chiflaron, sin pudor, una y otra vez, pero debieron aguantar.
Después de varios minutos de impaciente espera, Mario Vargas Llosa se sentó en el escenario y, con su voz amable y delicada, cautivó al público al recordar su inicio en literatura, su experiencia con su primera novela (La ciudad y los perros) y su visión del boom latinoamericano. Guiado por el ensayista Carlos Granés, terminó la conversación comentando su más reciente libro La civilización del espectáculo y revelando cuál será su próxima obra, a la que le puso punto final antes de viajar a Cartagena.
La ciudad y los perros cumplió 50 años de vida, por esta razón, el evento fue, principalmente, una celebración a ese libro que muchas editoriales rechazaron antes de que Carlos Barral accediera a publicarlo y que marcó el inicio del escritor en el mundo de las letras. Para llegar a escribirlo, Vargas Llosa tuvo que pasar primero por una escuela de cadetes. “Mi padre descubrió mi vocación literaria y eso lo alarmó –aseguró el escritor durante la charla–. No sin cierta razón, pues esa vocación descarriada era un pasaporte hacia el fracaso, así que pensó que un colegio militar era la mejor cura”.
Para el autor, esta experiencia fue desagradable pues, por primera vez, conoció el mundo. Entendió que su país era víctima de grandes conflictos e injusticias, y que estaba lleno de diferencias económicas, sociales y raciales. Además se encontró con el machismo, que no solo era tolerado sino estimulado como una muestra de virilidad que se expresaba con violencia física. Su padre estaba seguro de que en ese contexto se olvidaría de la literatura, pero ocurrió todo lo contrario. “En esos dos años leí más que nunca –comentó–. Estuve castigado todo el tiempo y leía vorazmente. Nunca había escrito tanto. Creo que en esa época me convertí en un escritor profesional, pues escribía las cartas de amor que mis compañeros mandaban a sus enamoradas y me pagaban con cigarrillos. Además comencé a escribir novelitas pornográficas, la rama más viril de la literatura”.
A su salida de la escuela militar supo que tenía que contar su experiencia y así surgió La ciudad y los perros. Su padre, sin imaginárselo, terminó impulsando la vocación literaria de su hijo. Al igual que Sartre, a quien leyó con avidez y entusiasmo. “Le creí todo lo que escribía: en especial esa teoría que planteaba que a través de la literatura podía combatir la injusticia y la explotación. Las palabras son actos, con cada palabra puedes producir cambios. Esa idea eran muy estimulante”.
Cuando tuvo la libertad de hacerlo, viajó a París pues esa era la ciudad en que la atmósfera permitía que las personas se volvieran creadoras. “Yo era un peruano que soñaba con ser un escritor francés, pero cuando llegué a París descubrí América Latina. Allá estaban Cortázar, García Márquez, Fuentes, Carpentier… Con ellos entendí que teníamos problemáticas comunes y que queríamos hacer cosas muy ambiciosas con la literatura. Entonces alcanzamos reconocimiento y entre nosotros surgió una amistad”.
Después de permitirle revelar los secretos de su pasado, Carlos Granés devolvió a Vargas Llosa al presente y lo invitó a hablar de su último libro hasta ahora, La civilización del espectáculo. “La noción de cultura ha cambiado –anotó–. Ahora es más entretenida y exige menor esfuerzo intelectual. Si la cultura es solo entretenimiento se banaliza. Una sociedad no puede ser realmente democrática si el ciudadano no tiene imaginación, si no tiene un espíritu crítico y si no busca que el mundo sea mejor. La cultura existía para eso, para estimular la imaginación”.
Luego de una conversación amena y sincera, Granés le pidió al escritor que se despidiera con la revelación de un último secreto: “El libro que acabo de terminar se llama El héroe discreto y ocurre en el Perú de hoy, que vive un periodo positivo –contó–. Espero que, como pasó con La ciudad y los perros, esta obra también sobreviva en los próximo 50 años.”
Cromos.com
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