Por Edinson Martínez
The
Afghan, fue publicada en el Reino Unido por Frederick
Forsyth en 2006, bajo el sello editorial Random House Mondadori,
la misma casa editorial que lo edita en español recién comenzando el invierno
del mismo año.
El célebre autor británico tiene en su
haber varias novelas llevadas al cine – El
día del Chacal. (1971), Los perros de
la guerra. (1974), El expediente
Odessa. (1972)–. Su estilo asombra por la admirable compenetración entre
una narrativa escrita como un novelista, al propio tiempo que despliega la
historia con la rigurosidad de un periodista acucioso. Al final, el lector podría
concluir perfectamente que aquello que ha leído o visto en el cine es una
historia verídica y no un texto de ficción.
En sus libros no hay espacio para la prosa
poética que observamos en otros novelistas de su mismo género, o en aquellos
colindantes con el tipo de narrativa donde el suspenso, la ansiedad, la intriga,
el misterio y la incertidumbre son las emociones predominantes en el desarrollo
de la trama. Frederick Forsyth destaca por su trabajo donde amalgama realidad
con ficción, escudriñando en la vida real sobre acontecimiento históricos para luego
desarrollarlos con maestría como una ficción que pareciera suplantar la
realidad. No hay campo para la subjetividad narrativa en sus obras, es lo que
percibo al leerlas, y por eso creo que es su sello particular al momento de
abordar su creación. Quizás sea eso –se me ocurre pensar sin mucho análisis– lo que allana el camino para que los guiones
cinematográficos basados en sus textos hayan alcanzado el éxito que han obtenido
inmediatamente de proyectarse en las salas de cine. Podría afirmar que, esa es
su singular alquimia, puede gustar o no, y hasta desagradar a quienes buscan en
el texto de un escritor un cierto vuelo intimista en una especie de embelesado placer
con las palabras reproduciendo una realidad.
Entre 1976 y 1977 tuve la ocasión de ver el film El Día del Chacal. Era muy joven, entonces, y me limité a verlo como una buena película. Esta producción cinematográfica se había estrenado en 1973 fuera de Venezuela, pero más o menos para le fecha que indiqué antes, llegó al cine de mi ciudad; una proyección inusual en una sala de cine acostumbrada a filmes comerciales algo más del consumo masivo, en este caso, por ejemplo, Rocky y La profecía, casualmente del mismo periodo.
El guión de El Día del Chacal es de Kenneth Ross basado en la novela de nombre
similar de Frederick Forsyth que había sido editada en 1971. La publicación, una
vez en manos de los lectores, al poquísimo tiempo se convirtió en un best seller, calculándose por algunas
fuentes el umbral de ventas en unos 75 millones de ejemplares hasta el presente.
En la pantalla grande fue asimismo un exitazo en taquilla durante varios años, pero
el caso es que, entonces, no se me ocurrió escudriñar sobre los hechos que se
presentaban en el film. Y no es sino mucho después, cuando leí Los Centuriones. (1960), de Jean Lartéguy,
un escritor y periodista francés que, a mi juicio, es quien mejor guarda
similitud con el estilo de Frederick Forsyth, cuando decido
investigar sobre el asunto de fondo en El
Día del Chacal. La curiosidad me llevó en aquel tiempo a buscar la novela y
leerla, posteriormente a indagar y descubrir que los hechos narrados en
realidad tenían un sustento histórico de clara inspiración para la obra. Como
igualmente sucede con Los Centuriones.
Así, pues, en realidad, el intento de
magnicidio para acabar con la vida del presidente francés Charles de Gaulle,
nudo de la trama fílmica y por derivación del libro de Frederick Forsyth, había
ocurrido efectivamente el 22 de agosto de 1962. Desde luego que los hechos no se
desarrollaron exactamente como se cuentan en la historia, porque en este caso,
dejaría de ser una novela, una obra de ficción, como en realidad lo es, para
convertirse en su lugar en una crónica o en un documento periodístico. Pero, ciertamente, el atentado, en efecto,
ocurrió, y para más señas, fue una operación que involucró francotiradores para,
con una precisión milimétrica, conseguir que el gobernante no escapara con vida,
como bien se plasma en la película. En la novela, asimismo, se relata todo el
proceso de planificación y la ejecución del atentado haciendo uso de la ficción
histórica.
Por cierto, y a propósito del Chacal, no
puedo dejar pasar la oportunidad para señalar lo que se cuenta sobre el
terrorista venezolano Carlos Ilich Ramírez, quien alcanzó notoriedad internacional
entre las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado como el hombre
más buscado por sus atentados y secuestros a nombre de la causa palestina. Justamente
para la fecha en que se estrena el film comentado.
El caso es que, durante su persecución por
varios países, sin tener clara todavía la identidad del terrorista, en Londres,
se produce el allanamiento a una residencia donde se presumía su ubicación, al
llegar las autoridades no lo encuentran y, en su lugar, entre todas las
evidencias levantadas se consiguen con un ejemplar del libro de Frederick
Forsyth, El Día del Chacal, a partir
de ese momento, entonces, para la prensa mundial y para las agencias de
seguridad europeas, el sujeto que más tarde identificarían, se conocería como
el Chacal, mote con el que aún se le nombra.
En El
Afgano la secuencia narrativa, el manejo de los tiempos, la voz del autor,
los diálogos, y todo el ámbito contextual donde se desarrolla la trama, es casi,
de hecho, una película. Este es un mérito innegable del autor británico cuando
escribe sus novelas, como en igual sentido podría decirse de las novelas de
Morris West, autor australiano quien también posee una destacada cantidad de
obras llevadas al cine.
El telón de fondo de la obra objeto de
estas líneas es el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2011, sin ese
hecho histórico no habría podido concebirse El
Afgano. Sin embargo, la trama gira alrededor de la lucha contra la amenaza global
del terrorismo islámico en periodo posterior a los ataques. Es, por tanto, una
publicación que tercia de manera excepcional sobre un tema de palpitante
actualidad. Así, entonces, la novela se inicia con un, si se quiere,
desprevenido incidente que pone al descubierto toda una operación terrorista a
gran escala a punto de llevarse a cabo, de allí que su narrativa se desarrolle
bajo el dominio del suspenso, de la intriga, en el que, por cierto, el autor no
busca presentarnos el prototipo de un protagonista al estilo de las obras de Ian
Fleming, ni las disyuntivas morales de los personajes involucrados en
conspiraciones como en las obras de Morris West, ese otro de los grandes del
género del suspenso y la intriga. Ni una ficción cercana a la de John Katzenbach
cuyos textos, ciertamente, plenos del suspenso, no alcanzan las proporciones de
la documentación, del soporte y de la perspectiva, si se quiere, política, que
encontramos en la creación literaria de Forsyth y en la de Jean
Lartéguy, que, si me obligara a compararlos, concluiría que sus trabajos fusionan
admirablemente, como dije antes, la ficción con un abordaje periodístico que sobresale
por su pesquisa para armar con una lógica coherencia la verosimilitud de la
trama. A ambos les inspira la historia, los conflictos reales, en especial
aquellos que por su calibre conmocionan a colectividades mundiales, es la vena
periodística, en ese sentido, el nervio vital que los impulsa, y lo hacen sin
ceder un milímetro en beneficio de cualquier forma de prosa poética, intimista,
o de identidad narrativa marcada por una reflexión personal, a diferencia, por
ejemplo, de Michael Ondaatje, quien explora sucesos históricos del mismo orden,
pero incorporando en este caso y a contrapelo de los citados, su voz reflexiva
y emotiva amalgamada subjetivamente con la objetividad que aprecia.
En El
Afgano, entre otros aspectos, por ejemplo, me llamó mucho la atención la
mención que en alguna parte de la obra se hace sobre el asesinato de dos
marineros venezolanos en Puerto España, Trinidad, tripulantes de una
embarcación de nombre Doña María bajo
el mando de un capitán, también venezolano, de nombre Pablo Montalbán. Este
hecho se inscribe en el contexto del plan terrorista que fraguaban unos extremistas
desde el otro lado del mundo. Cuando se lee la obra, y se pasea uno por sus
detalles, no hay más opción que la de calificar al escritor como alguien dotado
de una mente ingeniosa, sumamente cuidadoso, al extremo, podría decirse, para
no dejar cabos sueltos en los detalles de la historia.
“En
un sórdido bar junto al muelle en Puerto España, Trinidad, dos marineros
mercantes fueron asaltados y asesinados por una banda del lugar. Las puñaladas
se las habían asestado manos expertas.
Cuando
llegó la policía, los testigos se vieron súbitamente aquejados de amnesia y
solo recordaban que cinco asaltantes habían provocado la pelea y que estos eran
isleños. […]
[…]
No habían tratado de robar las carteras de los hombres muertos, así que la
policía de Puerto España los pudo identificar de inmediato: eran ciudadanos
venezolanos y miembros de la tripulación de un barco del mismo país, que seguía
en el puerto.
Los
detalles del envío de los cuerpos de vuelta a Caracas recayeron sobre la
embajada y el consulado venezolanos, mientras el capitán Montalbán se ponía en
contacto con su agente local para sustituir a los marineros. El hombre fue
dando voces y tuvo suerte. Encontró a dos jóvenes y educados indios de Kerala
ansiosos por embarcar que se habían pagado una travesía alrededor del mundo con
su trabajo y que, aunque carecieran de la carta de ciudadanía, tenían billetes
de buenos marineros perfectamente válidos.
Embarcaron,
se unieron a los otros cuatro marineros que componían la tripulación y el Doña María zarpó tan solo un día después
de lo previsto.
El
capitán Montalbán sabia vagamente que la mayor parte de la población de la
India es hindú, pero no tenía ni la más remota idea de que también hay ciento
cincuenta millones de musulmanes.”
El Afgano. (2006). Frederick Forsyth
Frederick Forsyth falleció a los 86 años
el pasado 9 de junio, muy probablemente cuando ya culminaba de leer El Afgano, y como en una conjunción precisa
y misteriosa de ribetes cuánticos, me tomaba la fotografía para enviársela a
mis conocidos para su lectura. Así, que, reitero ahora lo comentado en aquel
momento. Lean la novela. Se lee como una película.
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