“La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.

Camilo José Cela

sábado, 1 de julio de 2023

La alucinante historia de un lienzo

La alucinante historia de un lienzo

Por Edinson Martínez
@emartz1

En 1794 el ejército polaco junto a milicias populares derrotó a las poderosas tropas rusas en una gesta heroica que fue inmortalizada como la Batalla de Racławice. Los polacos no ganaron la guerra, pero aquel episodio quedó como un hito patriótico sembrado en su memoria histórica, en especial, porque aquella guerra supuso la dominación rusa sobre Polonia por más de un siglo. Cien años después, para conmemorar aquella victoria, por iniciativa de varios artistas plásticos, entre ellos, Jan Styka y Wojciech Kossak, se pintó una enorme obra panorámica de 1710 m² –más de tres veces y medio el tamaño del lienzo Batalla de Carabobo de Martín Tovar y Tovar– cuya exposición al público se realizó por primera vez en 1894, en el Parque Stryjski en Lviv, que entonces se conocía como Lwow y era parte de Polonia, posteriormente sería jurisdicción de Ucrania.

La pintura se transformó, como era de suponerse dada su formidable volumetría, en una de las atracciones turísticas más populares de Leópolis (Ucrania). Luego, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, al año siguiente, en el verano de 1946, el cuadro fue trasladado a Polonia a la ciudad de Breslavia.

Para ese año y, desde entonces, la Unión Soviética, convertida en una potencia mundial, procedió a conformar su esfera de influencia en Europa Central y del Este. Polonia pasó a ser un país bajo su órbita política y militar como, en efecto, sucedió con otras naciones, integrando a partir de allí lo que se conoció como los países del campo socialista, que, para Occidente, en el marco de la Guerra Fría, se distinguía, según el término acuñado por Winston Churchill, como las naciones bajo la Cortina de Hierro.

Pues bien, en esta nueva geometría de las relaciones internacionales, la nomenklatura comunista polaca, para no herir el orgullo ruso, más sensible que nunca luego de su destacado papel en la guerra recién culminada y, obviamente, para no lesionar las relaciones fraternales en el firmamento comunista, determinó que la célebre pintura tuviera que ser retirada de la vista pública, escondiéndola en una especie de almacén bajo estrictas medidas de seguridad, pues no se veía bien que semejante obra recordara de modo permanente la humillación rusa en aquella batalla.

Y no sería una novedad este proceder, pues la tentación de todos los regímenes totalitarios siempre ha sido la de resaltar la monumentalidad de sus éxitos, así tengan que reescribir la historia, y cuando eso no les es posible, simplemente la ocultan. El novelista y ensayista de origen checo Milan Kundera en su obra El libro de la risa y el olvido (1978), relata en su muy particular estilo narrativo, esa deriva tiránica, absolutista y negadora de la realidad vivida en carne propia en su país, ya no como un episodio aislado, sino como una práctica sistemática.

“En febrero de 1.948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja. Aquel fue un momento crucial en la historia de la Bohemia. Uno de esos instantes decisivos que ocurren una o dos veces por milenio.

Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacía frio y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald.

El departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación. En ese balcón comenzó la historia de la Bohemia comunista. Hasta el último niño conocía aquella fotografía que aparecía en los carteles de propaganda, en los manuales escolares y en los museos.

Cuatro años más tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propaganda lo borró inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías.”

      El libro de la risa y el olvido (1978). Milan Kundera. 

Con el paso de los años y, cuando de algún modo, desdibujándose un poco para las nuevas generaciones este asunto vinculado a una historia tan lejana, el cuadro comenzó a sucumbir al olvido, apenas unos cuantos tenían presente aquella obra. Por otra parte, el mundo de aquel momento gravitaba alrededor de otros aspectos mucho más espinosos, por lo que los intereses de la geopolítica se desplazaban con prioridad a otros lugares, y es aquí, entre 1967 y 1968, cuando a un arquitecto de nombre Marek Dziekoński se le ocurrió retomar la idea del viejo cuadro, se propuso entonces diseñar un edificio especialmente para mostrarlo al público. La iniciativa no contaba con que, para ese lapso, los vientos del destino nuevamente conspirarían contra El Panorama de Racławice.

Al poco tiempo de iniciarse la construcción, se paralizan sus labores, postergando durante décadas la culminación del curioso edificio circular. Muy probablemente, las razones de este estancamiento, se haya debido al nuevo contexto político que se precipitaba en 1968.  

Ese mismo año tanques del Pacto de Varsovia comandados por la URSS invaden Checoslovaquia para poner fin a la llamada Primavera de Praga. Y este hecho –admito que es mera especulación de mi parte–, pudo haber tenido una influencia determinante en el curso de la rehabilitación de El Panorama de Racławice a través de la construcción del edificio que lo albergaría.

La invasión soviética y sus aliados a Checoslovaquia ocasionó una gran conmoción política, tanto en esa nación como en el resto del mundo. La intención de la potencia comunista era muy clara, pues se trataba de impedir por todos los medios, incluidos el uso de la fuerza, cualquier manifestación a contracorriente de los intereses del Pacto de Varsovia, y más específicamente de la dominación soviética, así viniera de una pequeña nación sin capacidad militar para desafiar realmente su poderío. Aquello que se experimentaba en Checoslovaquia era nada y nada menos que un conjunto de reformas introducidas durante cuatro meses por el líder comunista y presidente de ese país Alexander Dubcek, cuyo propósito era avanzar a una sociedad mucho más democrática, definida por él como un programa de reformas bajo la denominación “Socialismo con rostro humano”.

El edificio comentado hubo de esperar hasta 1980 para culminarse. Es una llamativa edificación cilíndrica que, vista en perspectiva, parece una corona gigante sembrada en el paisaje urbano de la ciudad, en cuyo interior se desplegaría el lienzo de 15 metros de altura por 114 metros de longitud. Sin embargo, la historia no se detiene allí. Debió pasar un lapso de cinco años, para que, en 1985, se autorizara la exhibición pública de El Panorama de Racławice, esta vez ya sería de modo permanente hasta nuestros días. Los sucesos que le abrieron paso definitivamente tienen que ver con lo acontecido en Polonia en la década de los ochenta del siglo pasado.

Durante aquellos días, Polonia era el centro de un vasto movimiento social y político que cuestionaba el sistema comunista y, por añadidura, su continuidad dentro de la esfera de influencia soviética pactada en la Conferencia de Yalta en 1945. Ese movimiento se conoció como Solidaridad, y concluyó en 1990 con la renuncia de Wojciech Jaruzelski, como Jefe de Estado, de ello resultó, en una transición todavía inimaginable, que Lech Wałęsa, el líder sindical de aquel levantamiento civil construido a pulso por la disidencia, se convirtiera en el nuevo presidente de esa nación. Lo demás es historia conocida.

Es tan larga y embrollada la historia de todas estas naciones, en general de Europa completa, que, como escribiera en cierto momento Regis Debray.

 “[…] esos países que no nacieron de la última lluvia, que desde hace mucho tiempo tienen todo su tiempo, países que no llevan prisa y en los que se saborean las carnes un poco pasadas y los quesos un poco derretidos y, ¿por qué no?, fermentados y con gusanos, países de casas viejas con paredes gruesas en las que hay bodegas para dejar reposar en ellas los buenos vinos durante años […] ser suizo, inglés o francés, no es poseer una nacionalidad, es un síndrome. Europa es una enfermedad.”

         El indeseable. (1977). Regis Debray. 

El mundo, entonces, pareciera que diera vueltas y vueltas, para de vez en cuando, regresar en torno a los viejos conflictos que, pese a las tragedias bélicas que han desencadenado, luego, en una especie de eterno retorno nietzscheano repetirlas pareciendo una novedad.

La obra pictórica es una panorámica curiosamente dispuesta de modo circular en 360 grados. De manera que el observador, ubicado en el centro, puede apreciar las diversas escenas bélicas con un enorme realismo, como si de pronto estuviera en medio de aquella conflagración. Ese enorme lienzo, al compararlo con el nuestro del Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo de Martín Tovar y Tovar, resulta de unas proporciones admirables, casi inimaginables, de ahí la perplejidad que causa al apreciarlo.

El motivo que inspira la obra, como hemos comentado, tiene por fundamento una conmemoración épica, una inspiración muy común en todos los pueblos del mundo ejerciendo su derecho a reivindicar sus momentos legendarios, pues ellos forman parte de su identidad, de la memoria colectiva que los hermana como una nación.

Y eso es absolutamente válido, por eso, también nosotros, tenemos un lienzo inmenso de 490 m² denominado “Batalla de Carabobo” contando nuestra gesta patriótica que, por cierto, creo es la obra pictórica de mayor dimensión realizada en el país.  “Batalla de Carabobo” es un cuadro asimismo de vista panorámica, formando una imagen helicoidal llevada a cabo por el pintor venezolano Martín Tovar y Tovar en el año 1887. Es superada tres veces y media en sus proporciones, como antes señalé, por El Panorama de Racławice, asunto que, por supuesto, no le desmerita en su valía artística y alegórica.

En Venezuela no abundan obras en este formato, me refiero a lienzos de proporciones comparables a la de Martin Tovar y Tovar, en cambio, en materia de arte urbano, enormes murales se encuentran en espacios de la Universidad Central de Venezuela, en varias de nuestras ciudades capitales y aeropuertos.

En Ciudad Ojeda, la ciudad donde vivo, salvo mejor información, se encuentra la superficie de mayor dimensión destinada a una obra de arte urbano en el país. Es un enorme mural de 2125 m² de forma cilíndrica, ejecutado en una estructura de concreto armado de 42.5 metros de altura por 50 metros de circunferencia. Es una obra impresionante del artista plástico zuliano Manuel Vargas culminada en 1994. A diferencia del lienzo de Breslavia, la edificación no se construyó para esos fines ni fue el centro de confrontaciones políticas ni disputas territoriales, pero si fue la consecuencia de un modo muy criollo creo que, desde siempre, de proceder en política: comenzar las obras y dejarlas a mitad de camino, o iniciarlas y por fallas en su planificación, mirar para otro lado y abandonarlas a su suerte, y, más recientemente, plantar el aviso anunciando lo que nunca comienza.

El caso es que, esta construcción, originalmente fue un tanque de agua, sí, así como escribo, un tanque para suministrar agua a la pujante ciudad petrolera con nombre de conquistador español, levantado a finales de la década de los sesenta del siglo pasado. Nunca recibió una gota de agua y jamás se usó. Ahí permaneció por décadas como un verdadero convidado de piedra a la vista de todos. En los noventa se transformó en un mural, en una obra de arte urbano que es el centro de interés de propios y extraños en una región tan caliente como un desierto. Es el icono de la ciudad y, además, por si fuera poco el impacto al apreciarla, su interior se acondicionó como un salón de uso múltiple que hoy día sirve como sede del núcleo local del Sistema de Orquestas y Coros Juvenil e Infantil de Venezuela. Es decir, que se aprovechó al máximo el otrora armatoste de concreto armado.

Lo más cercano que he estado de Polonia y Ucrania ha sido a través de dos personas: un entrañable amigo –ya fallecido–, artista plástico de origen sirio de nombre Adham Dalloul, que estudió en la Academia de Bellas Artes y en la Universidad de Varsovia entre 1980 y 1990. Y una antigua vecina, casualmente también artista plástica, en una suerte de maravillosa conjunción que con frecuencia me ha vinculado a creadores de este ámbito, casada con un ingeniero colombiano, natural de Ucrania, cuyo nombre era tan complicado que prefiero recordarla como Ana, y su apellido Poeva, o algo parecido, con el que firma al pie de una pintura que conservo en casa. A ambos los he recordado con especial cariño por estos días, mientras escribo este inventario de temas tan singulares. Al primero, cuando me enteré de la historia alucinante de El panorama de Racławice. Y a Poeva una vez que los rusos invadieron su país para causarles la devastación terrible que hoy padecen. De nuevo el mundo por esos lados gira y gira repitiendo las mismas tragedias. En cada trinchera resistiendo la barbarie que veo en los noticieros, me parece estar viendo una parte de Poeva.

Los dos llegaron a Venezuela en la década de los noventa del siglo pasado, vinieron tal vez por las mismas razones que llegan por estos lugares tantos extranjeros: el petróleo.   Al primero se lo llevó la mala suerte, pues falleció en plenitud de su crecimiento como artista plástico; su misión en la vida que tanto le apasionó. Y a la otra, la desterró la mala leche de una región, cuando en 2009, el finado, en un instante de iluminación distópica expropió las empresas petroleras de la zona levantadas a pulso durante décadas, entonces se fue de Venezuela. Nunca más supe de ella y su familia.

 

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