La alucinante historia de un lienzo
Por Edinson Martínez
@emartz1
La pintura se
transformó, como era de suponerse dada su formidable volumetría, en una de las
atracciones turísticas más populares de Leópolis (Ucrania). Luego, cuando
finalizó la Segunda Guerra Mundial, al año siguiente, en el verano de 1946, el
cuadro fue trasladado a Polonia a la ciudad de Breslavia.
Para ese año y,
desde entonces, la Unión Soviética, convertida en una potencia mundial,
procedió a conformar su esfera de influencia en Europa Central y del Este.
Polonia pasó a ser un país bajo su órbita política y militar como, en efecto,
sucedió con otras naciones, integrando a partir de allí lo que se conoció como
los países del campo socialista, que, para Occidente, en el marco de la Guerra
Fría, se distinguía, según el término acuñado por Winston Churchill, como las
naciones bajo la Cortina de Hierro.
Pues bien, en esta
nueva geometría de las relaciones internacionales, la nomenklatura comunista polaca, para no herir el orgullo ruso, más
sensible que nunca luego de su destacado papel en la guerra recién culminada y,
obviamente, para no lesionar las relaciones fraternales en el firmamento
comunista, determinó que la célebre pintura tuviera que ser retirada de la
vista pública, escondiéndola en una especie de almacén bajo estrictas medidas
de seguridad, pues no se veía bien que semejante obra recordara de modo
permanente la humillación rusa en aquella batalla.
“En
febrero de 1.948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un
palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que
llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja. Aquel fue un momento crucial en la
historia de la Bohemia. Uno de esos instantes decisivos que ocurren una o dos
veces por milenio.
Gottwald
estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve
revoloteaba, hacía frio y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis,
siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a
Gottwald.
El
departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la
fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los
camaradas a su lado, habla a la nación. En ese balcón comenzó la historia de la
Bohemia comunista. Hasta el último niño conocía aquella fotografía que aparecía
en los carteles de propaganda, en los manuales escolares y en los museos.
Cuatro
años más tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El
departamento de propaganda lo borró inmediatamente de la historia y, por
supuesto, de todas las fotografías.”
El libro de la risa y el olvido (1978). Milan Kundera.
Con el paso de los
años y, cuando de algún modo, desdibujándose un poco para las nuevas
generaciones este asunto vinculado a una historia tan lejana, el cuadro comenzó
a sucumbir al olvido, apenas unos cuantos tenían presente aquella obra. Por
otra parte, el mundo de aquel momento gravitaba alrededor de otros aspectos
mucho más espinosos, por lo que los intereses de la geopolítica se desplazaban con
prioridad a otros lugares, y es aquí, entre 1967 y 1968, cuando a un arquitecto
de nombre Marek
Dziekoński se le ocurrió retomar la idea del viejo cuadro, se propuso
entonces diseñar un edificio especialmente para mostrarlo al público. La
iniciativa no contaba con que, para ese lapso, los vientos del destino
nuevamente conspirarían contra El Panorama de Racławice.
Al poco tiempo de
iniciarse la construcción, se paralizan sus labores, postergando durante
décadas la culminación del curioso edificio circular. Muy probablemente, las
razones de este estancamiento, se haya debido al nuevo contexto político que se
precipitaba en 1968.
La invasión
soviética y sus aliados a Checoslovaquia ocasionó una gran conmoción política,
tanto en esa nación como en el resto del mundo. La intención de la potencia comunista
era muy clara, pues se trataba de impedir por todos los medios, incluidos el
uso de la fuerza, cualquier manifestación a contracorriente de los intereses
del Pacto
de Varsovia, y más específicamente de la dominación soviética, así
viniera de una pequeña nación sin capacidad militar para desafiar realmente su
poderío. Aquello que se experimentaba en Checoslovaquia era nada y nada menos
que un conjunto de reformas introducidas durante cuatro meses por el líder
comunista y presidente de ese país Alexander Dubcek, cuyo propósito era
avanzar a una sociedad mucho más democrática, definida por él como un programa
de reformas bajo la denominación “Socialismo con rostro humano”.
El edificio
comentado hubo de esperar hasta 1980 para culminarse. Es una llamativa
edificación cilíndrica que, vista en perspectiva, parece una corona gigante
sembrada en el paisaje urbano de la ciudad, en cuyo interior se desplegaría el
lienzo de 15 metros de altura por 114 metros de longitud. Sin embargo, la
historia no se detiene allí. Debió pasar un lapso de cinco años, para que, en
1985, se autorizara la exhibición pública de El Panorama de Racławice,
esta vez ya sería de modo permanente hasta nuestros días. Los sucesos que le
abrieron paso definitivamente tienen que ver con lo acontecido en Polonia en la
década de los ochenta del siglo pasado.
“[…] esos países que no nacieron de la última
lluvia, que desde hace mucho tiempo tienen todo su tiempo, países que no llevan
prisa y en los que se saborean las carnes un poco pasadas y los quesos un poco
derretidos y, ¿por qué no?, fermentados y con gusanos, países de casas viejas
con paredes gruesas en las que hay bodegas para dejar reposar en ellas los
buenos vinos durante años […] ser suizo, inglés o francés, no es poseer una
nacionalidad, es un síndrome. Europa es una enfermedad.”
El indeseable. (1977). Regis Debray.
El mundo, entonces,
pareciera que diera vueltas y vueltas, para de vez en cuando, regresar en torno
a los viejos conflictos que, pese a las tragedias bélicas que han desencadenado,
luego, en una especie de eterno retorno nietzscheano repetirlas pareciendo una
novedad.
La obra pictórica
es una panorámica curiosamente dispuesta de modo circular en 360 grados. De
manera que el observador, ubicado en el centro, puede apreciar las diversas escenas
bélicas con un enorme realismo, como si de pronto estuviera en medio de aquella
conflagración. Ese enorme lienzo, al compararlo con el nuestro del Salón Elíptico del
Palacio Federal Legislativo de Martín Tovar y Tovar,
resulta de unas proporciones admirables, casi inimaginables, de ahí la
perplejidad que causa al apreciarlo.
El motivo que
inspira la obra, como hemos comentado, tiene por fundamento una conmemoración
épica, una inspiración muy común en todos los pueblos del mundo ejerciendo su derecho
a reivindicar sus momentos legendarios, pues ellos forman parte de su identidad,
de la memoria colectiva que los hermana como una nación.
En Venezuela no
abundan obras en este formato, me refiero a lienzos de proporciones comparables
a la de Martin
Tovar y Tovar, en cambio, en materia de arte urbano, enormes murales se
encuentran en espacios de la Universidad Central de Venezuela, en varias de
nuestras ciudades capitales y aeropuertos.
En Ciudad Ojeda,
la ciudad donde vivo, salvo mejor información, se encuentra la superficie de
mayor dimensión destinada a una obra de arte urbano en el país. Es un enorme
mural de 2125 m² de forma cilíndrica, ejecutado en una estructura de concreto
armado de 42.5 metros de altura por 50 metros de circunferencia. Es una obra
impresionante del artista plástico zuliano Manuel Vargas culminada en 1994. A
diferencia del lienzo de Breslavia, la edificación no se construyó para esos
fines ni fue el centro de confrontaciones políticas ni disputas territoriales,
pero si fue la consecuencia de un modo muy criollo creo que, desde siempre, de
proceder en política: comenzar las obras y dejarlas a mitad de camino, o iniciarlas
y por fallas en su planificación, mirar para otro lado y abandonarlas a su
suerte, y, más recientemente, plantar el aviso anunciando lo que nunca
comienza.
El caso es que,
esta construcción, originalmente fue un tanque de agua, sí, así como escribo,
un tanque para suministrar agua a la pujante ciudad petrolera con nombre de
conquistador español, levantado a finales de la década de los sesenta del siglo
pasado. Nunca recibió una gota de agua y jamás se usó. Ahí permaneció por
décadas como un verdadero convidado de piedra a la vista de todos. En los
noventa se transformó en un mural, en una obra de arte urbano que es el centro
de interés de propios y extraños en una región tan caliente como un desierto. Es
el icono de la ciudad y, además, por si fuera poco el impacto al apreciarla, su
interior se acondicionó como un salón de uso múltiple que hoy día sirve como sede
del núcleo local del Sistema de Orquestas y Coros Juvenil e Infantil de Venezuela. Es
decir, que se aprovechó al máximo el otrora armatoste de concreto armado.
Los dos llegaron a
Venezuela en la década de los noventa del siglo pasado, vinieron tal vez por
las mismas razones que llegan por estos lugares tantos extranjeros: el
petróleo. Al primero se lo llevó la
mala suerte, pues falleció en plenitud de su crecimiento como artista plástico;
su misión en la vida que tanto le apasionó. Y a la otra, la desterró la mala
leche de una región, cuando en 2009, el finado, en un instante de iluminación
distópica expropió las empresas petroleras de la zona levantadas a pulso
durante décadas, entonces se fue de Venezuela. Nunca más supe de ella y su
familia.
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