“La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.

Camilo José Cela

sábado, 21 de junio de 2025

Se lee como una película

 Por Edinson Martínez


Las notas que por fin han conquistado estas páginas son el resultado de reiterados intentos por centrar las ideas sobre un contenido asaltado a cada rato por el asombro de las casualidades.

Culminando de leer El afgano y, contrario a mi costumbre, me tomé una fotografía con el libro en las manos para inmediatamente postearla en mis redes sociales. Al margen, se me ocurrió enviar la misma foto a unos pocos amigos recomendándoles al pie de la imagen la lectura de la novela. El caso es que, mientras la leía, en varios instantes me sentí como si estuviera viéndola en una película, por eso, cuando le escribí a mis amigos sobre ella, simplemente les remití la foto con la leyenda “Se lee como una película. Te la recomiendo”.

En el curso de su lectura pensaba en ocasiones sobre sí aquellos hechos que se contaban en la obra habían efectivamente ocurrido. Y, al propio tiempo, me preguntaba sobre si la novela no habría sido llevada ya al cine, pues no sería nada raro que así hubiera ocurrido en virtud de la pluma que firma el libro.

The Afghan, fue publicada en el Reino Unido por Frederick Forsyth en 2006, bajo el sello editorial Random House Mondadori, la misma casa editorial que lo edita en español recién comenzando el invierno del mismo año.

El célebre autor británico tiene en su haber varias novelas llevadas al cine – El día del Chacal. (1971), Los perros de la guerra. (1974), El expediente Odessa. (1972)–. Su estilo asombra por la admirable compenetración entre una narrativa escrita como un novelista, al propio tiempo que despliega la historia con la rigurosidad de un periodista acucioso. Al final, el lector podría concluir perfectamente que aquello que ha leído o visto en el cine es una historia verídica y no un texto de ficción.

En sus libros no hay espacio para la prosa poética que observamos en otros novelistas de su mismo género, o en aquellos colindantes con el tipo de narrativa donde el suspenso, la ansiedad, la intriga, el misterio y la incertidumbre son las emociones predominantes en el desarrollo de la trama. Frederick Forsyth destaca por su trabajo donde amalgama realidad con ficción, escudriñando en la vida real sobre acontecimiento históricos para luego desarrollarlos con maestría como una ficción que pareciera suplantar la realidad. No hay campo para la subjetividad narrativa en sus obras, es lo que percibo al leerlas, y por eso creo que es su sello particular al momento de abordar su creación. Quizás sea eso –se me ocurre pensar sin mucho análisis–  lo que allana el camino para que los guiones cinematográficos basados en sus textos hayan alcanzado el éxito que han obtenido inmediatamente de proyectarse en las salas de cine. Podría afirmar que, esa es su singular alquimia, puede gustar o no, y hasta desagradar a quienes buscan en el texto de un escritor un cierto vuelo intimista en una especie de embelesado placer con las palabras reproduciendo una realidad.

Entre 1976 y 1977 tuve la ocasión de ver el film El Día del Chacal. Era muy joven, entonces, y me limité a verlo como una buena película. Esta producción cinematográfica se había estrenado en 1973 fuera de Venezuela, pero más o menos para le fecha que indiqué antes, llegó al cine de mi ciudad; una proyección inusual en una sala de cine acostumbrada a filmes comerciales algo más del consumo masivo, en este caso, por ejemplo, Rocky y La profecía, casualmente del mismo periodo.

El guión de El Día del Chacal es de Kenneth Ross basado en la novela de nombre similar de Frederick Forsyth que había sido editada en 1971. La publicación, una vez en manos de los lectores, al poquísimo tiempo se convirtió en un best seller, calculándose por algunas fuentes el umbral de ventas en unos 75 millones de ejemplares hasta el presente. En la pantalla grande fue asimismo un exitazo en taquilla durante varios años, pero el caso es que, entonces, no se me ocurrió escudriñar sobre los hechos que se presentaban en el film. Y no es sino mucho después, cuando leí Los Centuriones. (1960), de Jean Lartéguy, un escritor y periodista francés que, a mi juicio, es quien mejor guarda similitud con el estilo de Frederick Forsyth, cuando decido investigar sobre el asunto de fondo en El Día del Chacal. La curiosidad me llevó en aquel tiempo a buscar la novela y leerla, posteriormente a indagar y descubrir que los hechos narrados en realidad tenían un sustento histórico de clara inspiración para la obra. Como igualmente sucede con Los Centuriones. 

Así, pues, en realidad, el intento de magnicidio para acabar con la vida del presidente francés Charles de Gaulle, nudo de la trama fílmica y por derivación del libro de Frederick Forsyth, había ocurrido efectivamente el 22 de agosto de 1962. Desde luego que los hechos no se desarrollaron exactamente como se cuentan en la historia, porque en este caso, dejaría de ser una novela, una obra de ficción, como en realidad lo es, para convertirse en su lugar en una crónica o en un documento periodístico.  Pero, ciertamente, el atentado, en efecto, ocurrió, y para más señas, fue una operación que involucró francotiradores para, con una precisión milimétrica, conseguir que el gobernante no escapara con vida, como bien se plasma en la película. En la novela, asimismo, se relata todo el proceso de planificación y la ejecución del atentado haciendo uso de la ficción histórica.

Por cierto, y a propósito del Chacal, no puedo dejar pasar la oportunidad para señalar lo que se cuenta sobre el terrorista venezolano Carlos Ilich Ramírez, quien alcanzó notoriedad internacional entre las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado como el hombre más buscado por sus atentados y secuestros a nombre de la causa palestina. Justamente para la fecha en que se estrena el film comentado.

El caso es que, durante su persecución por varios países, sin tener clara todavía la identidad del terrorista, en Londres, se produce el allanamiento a una residencia donde se presumía su ubicación, al llegar las autoridades no lo encuentran y, en su lugar, entre todas las evidencias levantadas se consiguen con un ejemplar del libro de Frederick Forsyth, El Día del Chacal, a partir de ese momento, entonces, para la prensa mundial y para las agencias de seguridad europeas, el sujeto que más tarde identificarían, se conocería como el Chacal, mote con el que aún se le nombra.  

Pues bien, retomando el caso de El Afgano, debo señalar que, admirado por la abundancia de detalles encontrados en su lectura, la manera como se estructura la obra, por otra parte, y la diversidad de contraste y contextos geográficos presentes en ella, en ciertos momentos me parecía estar sentado en una sala de cine viendo su proyección, mientras que, al propio tiempo, me interrogaba sobre si esta novela no habría sido llevada al cine, me asaltaba, asimismo, la idea sobre el fundamento real de la historia escrita, algo similar al caso de El Día del Chacal. La verdad no puedo asegurar que se haya filmado una película basada en el libro, es muy probable, en cuanto lo determine, si es que la hay, la veré, y lo haré con la natural expectativa para apreciar su fidelidad al texto escrito por Forsyth.

En El Afgano la secuencia narrativa, el manejo de los tiempos, la voz del autor, los diálogos, y todo el ámbito contextual donde se desarrolla la trama, es casi, de hecho, una película. Este es un mérito innegable del autor británico cuando escribe sus novelas, como en igual sentido podría decirse de las novelas de Morris West, autor australiano quien también posee una destacada cantidad de obras llevadas al cine.  

El telón de fondo de la obra objeto de estas líneas es el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2011, sin ese hecho histórico no habría podido concebirse El Afgano. Sin embargo, la trama gira alrededor de la lucha contra la amenaza global del terrorismo islámico en periodo posterior a los ataques. Es, por tanto, una publicación que tercia de manera excepcional sobre un tema de palpitante actualidad. Así, entonces, la novela se inicia con un, si se quiere, desprevenido incidente que pone al descubierto toda una operación terrorista a gran escala a punto de llevarse a cabo, de allí que su narrativa se desarrolle bajo el dominio del suspenso, de la intriga, en el que, por cierto, el autor no busca presentarnos el prototipo de un protagonista al estilo de las obras de Ian Fleming, ni las disyuntivas morales de los personajes involucrados en conspiraciones como en las obras de Morris West, ese otro de los grandes del género del suspenso y la intriga. Ni una ficción cercana a la de John Katzenbach cuyos textos, ciertamente, plenos del suspenso, no alcanzan las proporciones de la documentación, del soporte y de la perspectiva, si se quiere, política, que encontramos en la creación literaria de Forsyth y en la de Jean Lartéguy, que, si me obligara a compararlos, concluiría que sus trabajos fusionan admirablemente, como dije antes, la ficción con un abordaje periodístico que sobresale por su pesquisa para armar con una lógica coherencia la verosimilitud de la trama. A ambos les inspira la historia, los conflictos reales, en especial aquellos que por su calibre conmocionan a colectividades mundiales, es la vena periodística, en ese sentido, el nervio vital que los impulsa, y lo hacen sin ceder un milímetro en beneficio de cualquier forma de prosa poética, intimista, o de identidad narrativa marcada por una reflexión personal, a diferencia, por ejemplo, de Michael Ondaatje, quien explora sucesos históricos del mismo orden, pero incorporando en este caso y a contrapelo de los citados, su voz reflexiva y emotiva amalgamada subjetivamente con la objetividad que aprecia.

En El Afgano, entre otros aspectos, por ejemplo, me llamó mucho la atención la mención que en alguna parte de la obra se hace sobre el asesinato de dos marineros venezolanos en Puerto España, Trinidad, tripulantes de una embarcación de nombre Doña María bajo el mando de un capitán, también venezolano, de nombre Pablo Montalbán. Este hecho se inscribe en el contexto del plan terrorista que fraguaban unos extremistas desde el otro lado del mundo. Cuando se lee la obra, y se pasea uno por sus detalles, no hay más opción que la de calificar al escritor como alguien dotado de una mente ingeniosa, sumamente cuidadoso, al extremo, podría decirse, para no dejar cabos sueltos en los detalles de la historia.

 

“En un sórdido bar junto al muelle en Puerto España, Trinidad, dos marineros mercantes fueron asaltados y asesinados por una banda del lugar. Las puñaladas se las habían asestado manos expertas.

Cuando llegó la policía, los testigos se vieron súbitamente aquejados de amnesia y solo recordaban que cinco asaltantes habían provocado la pelea y que estos eran isleños. […]  

[…] No habían tratado de robar las carteras de los hombres muertos, así que la policía de Puerto España los pudo identificar de inmediato: eran ciudadanos venezolanos y miembros de la tripulación de un barco del mismo país, que seguía en el puerto.

Los detalles del envío de los cuerpos de vuelta a Caracas recayeron sobre la embajada y el consulado venezolanos, mientras el capitán Montalbán se ponía en contacto con su agente local para sustituir a los marineros. El hombre fue dando voces y tuvo suerte. Encontró a dos jóvenes y educados indios de Kerala ansiosos por embarcar que se habían pagado una travesía alrededor del mundo con su trabajo y que, aunque carecieran de la carta de ciudadanía, tenían billetes de buenos marineros perfectamente válidos.

Embarcaron, se unieron a los otros cuatro marineros que componían la tripulación y el Doña María zarpó tan solo un día después de lo previsto.

El capitán Montalbán sabia vagamente que la mayor parte de la población de la India es hindú, pero no tenía ni la más remota idea de que también hay ciento cincuenta millones de musulmanes.”

    El Afgano. (2006). Frederick Forsyth

 

Frederick Forsyth falleció a los 86 años el pasado 9 de junio, muy probablemente cuando ya culminaba de leer El Afgano, y como en una conjunción precisa y misteriosa de ribetes cuánticos, me tomaba la fotografía para enviársela a mis conocidos para su lectura. Así, que, reitero ahora lo comentado en aquel momento. Lean la novela. Se lee como una película.