Es imposible no recordar al mítico Charlot cuando uno se sienta frente a frente con su hija mayor, Geraldine Chaplin. La herencia se revela más que todo en esos ojos atentos, abiertos, que hablan por sí solos, un código genético imposible de borrar y que el cine mudo inmortalizó en la pantalla en blanco y negro. La mirada particular de Geraldine está acentuada con dos pequeños lunares situados justamente en medio de cada ojo, que solía cubrir y esconder con base, hasta que un fotógrafo la alentó para que los resaltara. Desde entonces, ella pinta con delineador negro esos dos puntos que logran darle un aire de no perder la capacidad de asombro y que acompañan su trato cálido y amable.
Pero no sólo sus ojos recogen el legado de su padre, su capacidad histriónica y teatral dan fe del apellido que le marcó la vida y su carrera. Actuando como su padre, recuerda las escenas que solía hacer en los restaurantes cuando iba con su familia. A el Charlot le encantaba pedir Truite au bleu (‘trucha azul’), que se hierve viva y llega al plato con piel y ojos abiertos. “Mi papá subía el plato, le decía Emma a la trucha y la besaba y le decía que la amaba mientras que todos nosotros horrorizados gritábamos. Y si pedía un vino, lo probaba, y disgustado hacía el gesto de escupirlo y luego miraba al camarero para decirle que estaba estupendo”. Confiesa que cuando había una audiencia, un público o niños para entretener, era el mejor, era genial, era el mismo de la pantalla, pero en la casa, en la intimidad, no era un hombre cómico. “Si tuviera que buscar un adjetivo, además de ‘genio’, diría que era un hombre extremadamente trabajador”. Ella recuerda lo que decía su padre sobre el talento, que había demasiado y que al final lo que importaba era trabajar.
Su nombre de familia, lejos de ser una cruz, fue totalmente lo contrario. “Mi apellido ha sido una bendición, me ha abierto todas las puertas. Es que soy la hija de alguien que todo el mundo quiere, que todo el mundo admira. Charles Chaplin es mi héroe y el de tanta otra gente”. Geraldine recuerda sus comienzos en el cine, cuando los equipos de las producciones anhelaban que fuera buena, y no lo contrario, como suele pasar, que con recelos y envidias desearan que fracasara por ser “hija de”. “Todo el mundo me ayudaba, estaba envuelta en algodón. Me trataban como a una hija porque querían mucho a mi padre”.
Con un anillo de calavera gigante que le regaló su hija, vestida con muchos colores y unos aretes victorianos que penden de sus orejas, Geraldine rememora su primer paso por Colombia, en 1965, cuando estaba de gira promocional por su película Doctor Zhivago, cinta que la catapultó al estrellato y a las grandes producciones. Recuerdos fugaces y sucintos que guardan sólo una cama de hotel y el piso del aeropuerto.
Carlos Saura, el director español, con quien estuvo ligada sentimentalmente hasta 1979, fue la persona que la introdujo en el nuevo cine español y con quien realizó nueve películas. “Él me abrió las puertas, en esta época, a un cine más marginal. Era un cineasta muy joven, con mucho talento, pero marginal, en un país bajo una dictadura. Eso hizo que la nouvelle vague francesa me tomara en serio y que me quitaran la etiqueta de cine de grandes espectáculos”. Más de 120 películas figuran en su carrera entre producciones de Hollywood y europeas, con las cuales ha recibido varios reconocimientos y un Goya como mejor actriz de reparto en su papel En la ciudad sin límites, de Antonio Hernández.
La actriz estuvo invitada como jurado de la sección Colombia al 100% del Festival Internacional de Cine de Cartagena. Aceptó el reto porque desconoce totalmente el cine colombiano y confiesa que llegar virgen tiene muchas ventajas a la hora de juzgar. “Qué bonito es ver a estos jóvenes con un gran talento y una visión de país muy interesante sobre la violencia y el narcotráfico, pero vista de una manera muy distinta. Eso es interesante y fascinante”. Además de las cintas que le tocaba ver, quedó impresionada por la selección de todas las producciones del festival. “Es impresionante. Dan ganas de venir aquí y hacer una orgía de películas”, afirmó de manera jocosa.Sentido de pertenencia tiene poco y cuando se le pregunta de qué país se siente, su respuesta es “no tengo ni idea”. “No es un país, a mí lo que me fascina es el sol y el calor, cualquier lugar donde tenga estos dos me siento en casa, al frío le siento mucha antipatía”. Por eso Miami es un lugar donde está pasando mucho tiempo. Su piel tostada por el sol es testigo.
El año pasado filmó cinco películas, entre ellas la adaptación de la novela de Gabriel García Márquez Memorias de mis putas tristes, que tuvo muchos problemas para ser filmada en México, porque una asociación de mujeres se empeñó en obstaculizar el trabajo pues, decían, la historia era una apología de la pedofilia. Finalmente, la grabaron en Campeche con el nombre de Sueños del Caribe para no destapar más ampolla. Chaplin interpretó a la dueña del burdel. La película, igual, mantendrá su nombre original.
En estos días hubo mucho bombo mediático por el encuentro con su hermana Jane (una de las siete), quien vive en Cartagena y a quien no veía desde hacía 13 años. Se rumoraba que había una gran pelea entre ellas, ante lo cual simplemente dijo: : “Me desayuno con esto, no nos hemos visto porque la vida no nos había cruzado, pero no por una pelea. Quizá no somos una familia muy cercana”.
El Espectador.com
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