Desde que el grafiti es apreciado como una emergente disciplina del arte contemporáneo, las ciudades de todo el mundo son una suerte de lienzo mutante; un enorme taller de expresión libre abierto a todas las voces, a todas las visiones, a todos los públicos. El grafiti ha democratizado el concepto de arte, liberándolo de su atávico encierro en museos y galerías, donde su acceso es restringido y muchas veces elitista, para sacarlo a la calle.
Lima no es ajena a esta tendencia artística, aunque su aceptación y consolidación tardó en llegar. Durante las décadas de los ochenta y noventa, cuando una cruenta guerra interna tuvo lugar en Perú, el hecho de pintar un muro estaba relacionado con las actividades subversivas de Sendero Luminoso, cuyas milicias tomaban por asalto las paredes de Lima para realizar sus pintas rojas con lemas revolucionarios. La intervención mural al margen del oficialismo era duramente reprimida, y el impulso creativo de los grafiteros estaba coaccionado por la amenaza de ser vinculados con la violencia armada.
No fue hasta que llegaron a su fin los años de confrontación armada cuando el grafiti, como máximo exponente del street art, fue abriéndose camino en las calles de Lima. El genuino trabajo de pioneros como Entes y Pésimo o iniciativas colectivas como la muralización de la calle Quilca, llevada a cabo por el Centro Cultural Averno en el año 2003, posibilitaron que el ciudadano limeño pusiera una mirada renovada en el arte del grafiti, ganándose su aprecio y desligándolo de prejuicios negativos y connotaciones violentas.
En la actualidad, eventos como el Festival de Arte Urbano Latidoamericano, que tuvo lugar el pasado mes de marzo en Lima, ponen de manifiesto que el grafiti goza de buena salud en la capital peruana. Una treintena de creadores del street artinternacional, provenientes en su mayoría de países latinoamericanos, reciclaron los muros del centro histórico de la ciudad para convertirlos en lugares de exposición. Artistas urbanos como el chileno INTI, el mexicano Saner o los colombianos Colectivo Toxicómano son algunos de los nombres que han dejado su firma en el paisaje urbano de Lima, que ahora luce más guapa, maquillada con aerosol.
Para recorrer esta galería de arte urbano al aire libre la mejor opción es perderse por el centro histórico de Lima y andar a la búsqueda de lo imprevisto. Pero, para los más precavidos, se puede trazar una ruta orientativa: se parte de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en el jirón Ancash, cuyas paredes son un enorme mural colectivo, para luego recorrer el jirón Cuzco, el jirón Lampa, la avenida Roosevelt, el jirón Zepita y la calle Quilca Este itinerario callejero finalizaría en la Alameda Chabuca Granda, a orillas del río Rímac, donde se reúnen las obras de artistas como el estadounidense PHETUS o la argentina Cuore.
Es incierto cuánto tiempo resistirán las creaciones de los grafiteros que ahora están redefiniendo la estética callejera de Lima. La esperanza de vida de las obras urbanas es efímera, y lo que está va paulatinamente desapareciendo, de la misma manera que lo que no existía se apodera una noche de lo que antes permanecía intacto. Esta es una de las leyes no escritas del grafiti, y Lima no es impune a ella. Pero, a fin de cuentas, de eso se trata: de que el arte viva en la calle y que también muera en ella.
Autor de texto y fotografías: Javier Gragera
Tomado de EL PAIS
Tomado de EL PAIS
Hola Edinson, gracias por darle difusión al artículo que escribí para El Viajero de El País. ¿Crees que podrías referirme como autor del texto y las fotografías, además de crear un link al artículo original publicado en el website de El País?
ResponderEliminarAutor de texto y fotografías: Javier Gragera
Gracias!
Listo, Javier, si me haces llegar tu direccion de correo, con mucho gusto compartimos información
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