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miércoles, 9 de enero de 2013

Cabrera Infante, el hombre de imágenes y palabras


Resultado de imagen para CABRERA INFANTELa gran duda que plantea el primer tomo de las obras completas de Guillermo Cabrera Infante, por parte de Galaxia Gutenberg, es dónde estaba el eje del verdadero amor del escritor cubano. ¿Estaba en las palabras o en las imágenes? A las palabras las cortejó, las sedujo, las rescató, las protegió, las reinventó, las poseyó y hasta violó en sus ejercicios paradójicos y jugueteos verbales. La relación con las imágenes no es menos intensa, y se remonta al momento en que con sólo 29 días su madre lo lleva a ver una película, en un premonitorio anticipo de la fuerte conexión con el cine que mantendría toda su vida. Si al final su casa en Londres estaba abarrotada de libros, eso no es nada con la cineteca privada que llegó a manejar. 
Novelista superdotado y crítico de cine francamente excepcional, la verdad es que Cabrera Infante no dejó de hacer ni un solo minuto literatura, aun cuando lo suyo se publicaba como periodismo diario, como crónica informativa o como crítica de cine. Tal como en el caso de Manuel Puig, para él también las fronteras entre el cine y la literatura fueron difusas. Nadie indagó mejor que él los vasos comunicantes entre una y otro. Lo hizo, claro, a su pinta y con su método, el del caos, el de la avalancha, el del disparate.

El volumen de Galaxia Gutenberg -edición al cuidado de Antoni Munné- se impone por nocaut. Es parte de una serie que llegará a ocho tomos, tiene arriba de 1.500 páginas, recoge toda la producción del autor como cronista de cine (siempre prefirió definirse así antes que como crítico), confisca el contenido de su libro Un oficio del siglo XX y suma al conjunto, sin agotarlos, escritos fílmicos inéditos, porque en el segundo tomo habrá más. Es un material que está vivo, muy vivo, no obstante que muchas de las películas de que habla están muertas. Y bien muertas. Cabrera Infante se inventó un personaje para escribir de cine, G. Caín, un tipo deslenguado, impenitente, agudo, lapidario, corrosivo, que hizo un trabajo profiláctico de señalados servicios a la humanidad demoliendo falsos prestigios, embistiendo contra algunas vacas sagradas, reivindicando talentos ninguneados, educando la percepción fílmica, tirándoles la cadena a supuestas obras maestras que ya entonces comenzaban a oler muy mal, y exaltando a los maestros del período clásico que más le gustaban: Welles, Hawks, Hitchcock, Huston y Minnelli. También solía contradecirse, y a mucho honor. Pensaba que sólo los burros y los tontos no cambian de opinión.
Resultado de imagen para CABRERA INFANTE
Lejos de todo asomo de gravedad, inmune a los tics de la crítica docta o académica, el primer libro de recopilación de crítica de Cabrera Infante se abrió con tres citas que son un verdadero carné de militancia. Una es de Cyril Connolly, uno de los mayores y más incomprendidos críticos del siglo pasado; otra de James Agee, novelista, guionista y crítico durante varios años del Time; y la última, de Truffaut, modelo de espíritu libre en una época en que la cultura europea comenzaba a contraer como una suerte de viruela las pestes del intelectualismo y la radicalización política.

El tomo admite también otras lecturas. Esta es la biografía de un crítico que ejerció su oficio en plenitud, encarnizada y apasionadamente, y que en algún momento comenzó a darse de cabezazos con el régimen por el cual él mismo se la había jugado. Cabrera Infante fue un hombre de izquierda. Sus padres eran militantes comunistas y él fue uno de los tantos que vieron inicialmente en la revolución castrista un proceso liberador de antiguas desigualdades y ataduras. Esa cuerda no le duró mucho. En noviembre del 61 se clausura el semanario que dirigía y sus amigos logran sacarlo de Cuba como agregado cultural en Bruselas. Volvería a su patria sólo una vez, para enterrar a su madre, entregar el cargo y salir al exilio, que terminaría matándolo en 2005.
La Tercera

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