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miércoles, 31 de julio de 2013

Vik Muniz, el brasileño que hace arte con basura

El artista utiliza la tierra, el chocolate y los diamantes para crear obras impactantes. Su trabajo se presentará en el Museo de Arte del Banco de la República, en Bogotá, desde el 2 de agosto.

Vik Muniz convierte la basura en arte. Contrario a los artistas de marras, que recurren al lápiz, al pincel, al óleo o a la acuarela, el brasileño se vale de latas oxidadas, llantas desinfladas, botellas de gaseosa desocupadas y tapas de inodoros desechadas para construir imágenes poéticas y enigmáticas que, vistas desde lejos, parecen creadas por un dibujante cualquiera. De cerca, sin embargo, revelan que fueron armadas por una mente audaz, interesada en reflexionar sobre el poder que tiene el arte para crear ilusiones y el interés del espectador en creer en ellas. 

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Muniz pasó tres años en el vertedero más grande del mundo, ubicado en Río de Janeiro, para crear su serie Imágenes de basura (2008). Allí conoció a un grupo de personas que sobrevivían vendiendo los materiales reciclables que encontraban en el basurero. Era gente que existía en medio de los deshechos de otra gente. Muniz tuvo una idea: cambiar la vida de esas personas con los mismos materiales con los que trabajaban. Tomó fotos de los recicladores en medio del vertedero y luego las reconstruyó utilizando los objetos que ellos recolectaban. Después las fotografió, las enmarcó y las puso a la venta. Uno de los recicladores estuvo presente en la subasta en la que su imagen fue vendida en 50 000 dólares. Al oír la cifra, el humilde joven no pudo contener el llanto. El retrato, que revelaba tanto la dignidad como la desesperación de su oficio, transformaría su vida, ya que todas las ganancias fueron para él y sus colegas. 


Muniz, embajador de buena  voluntad de la ONU, no solo trabaja con basura. Para él, cualquier material tiene el potencial de convertirse en arte y transformar la manera en que las personas ven el mundo: alambre, hilo, chocolate, tierra, polvo, caviar, diamantes, algodón… La obra de Muniz es tan ingeniosa e insólita que lo ha convertido en uno de los artistas contemporáneos más llamativos de nuestro tiempo. Su trabajo hace parte de colecciones en Nueva York, Washington, Londres, Tokio, Madrid y París, entre muchas otras.


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Una muestra de cien de sus obras llegará al Museo de Arte del Banco de la República con la exposición Vik Muniz, más acá de la imagen, que estará abierta entre el 2 de agosto y el 28 de octubre.


Por un disparo



Muniz nació en un hogar humilde de São Paulo en 1961. El arte siempre estuvo en su cabeza, pero fue el método con el que aprendió a leer y a escribir el que detonó su necesidad de comunicarse artísticamente: “Mi abuela me enseñó a leer como ella había aprendido de manera autodidacta: memorizando la forma completa de las palabras –le explicó Muniz al pintor español Juan Uslé en una entrevista que hace parte del catálogo de la exposición–. Al empezar la escuela, ya podía leer La isla del tesoro, pero no era capaz de escribir, así que empecé a dibujar las palabras". Cuando el profesor de física vio su cuaderno, lo eligió para representar al colegio en un concurso artístico en el que consiguió una beca para aprender dibujo académico.


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Pero fue la mala suerte lo que determinó su futuro. Un día, cuando salía de un evento, una bala perdida alcanzó su pierna. Se despertó en el hospital y su atacante le ofreció dinero por los daños ocasionados. Con esa plata viajó a Estados Unidos, donde pudo probar la escultura, el dibujo y la fotografía, para, finalmente, construir un estilo único en el que confluyen las tres artes. 


De azúcar y diamantes



Aunque hace 30 años vive en Brooklyn, el trabajo de Muniz está marcado por Brasil. “Yo soy un producto de la dictadura militar –dijo hace unos años en una galería de Nueva York–. En una dictadura no puedes confiar en la información o difundirla con libertad por la censura. Así que los brasileños nos volvimos flexibles en el uso de metáforas. Además, surgió un tipo de sensibilidad desorganizada, satírica y burlesca”. Por esta razón, en su obra resalta el doble sentido, pero sobre una base divertida y lúdica que atrae a todo tipo de espectadores.


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Esto ocurre en su serie Niños de azúcar (1996), la primera en la que el artista empezó a tener claridad de su lenguaje artístico. Muniz viajó a la isla St. Kitts y se preguntó por qué los niños que trabajaban en las plantaciones de azúcar eran luminosos mientras que sus padres se veían grises y devastados. Pronto descubrió que la diferencia se debía a que los adultos habían pasado toda una vida en esos tortuosos campos de caña. Tras este hallazgo, decidió recrear con brillantes granos de azúcar –sobre papel negro– los rostros felices de esos niños, antes de que ese endulzante les robara la luz. Después de crear los retratos, el brasileño dirigió la cámara hacia las imágenes, presionó el obturador, recogió el azúcar y su obra desapareció –como todas sus piezas de ahí en adelante–. Pero su reflexión sobre el trabajo en las plantaciones de caña quedó fijada para siempre en fotos que le han dado la vuelta al mundo.

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Algunos materiales son más difíciles de manejar que otros. Para trabajar con azúcar, como ocurre con la tierra, hay que ser delicado y usar copitos o algodones húmedos. Para trabajar con chocolate se necesita rapidez, ya que se seca muy pronto y solo puede ser manipulado en el transcurso de una hora. Pero para Muniz no es problemático aprender a emplear el material, siempre y cuando este le permita comunicar algo y, sobre todo, crear una ilusión. Él hace que en sus obras los diamantes parezcan glamurosas estrellas de cine, pero, en realidad, solo son fotos de piedras preciosas. Consigue que un algodón se convierta en nube, aunque no es más que algodón. “No se trata de engañar a las personas –dijo en la conferencia que dictó en TED–, se trata de que midan su sistema de creencias y  descubran qué tanto quieren ser engañadas”. Algunos tardan un tiempo en ver los diamantes, otros los ven de inmediato. Para Muniz, el arte tiene el poder de crear ilusiones, como la religión o los noticieros, y depende de la gente si cree o asume con sospecha eso que está ante sus ojos.

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Inspirado en los niños de las plantaciones de azúcar, en los recicladores de Río de Janeiro o en obras emblemáticas de la historia del arte universal, Muniz trata de enseñarle al espectador que siempre hay diferentes maneras de mirar, de interpretar, de conocer. “Quisiera que la gente se acercara a la foto para ver cómo cambia a medida que camina–contó en una entrevista con Mark Magill para la revista Bomb–. Según la distancia, las imágenes significan cosas diferentes”. El trabajo de Muniz es juguetón, invitador, audaz y él, como artista, se deleita subvirtiendo las expectativas del espectador, de tal forma que, al igual que los magos, su truco artístico trascienda la ilusión: “No se trata de producir algo increíble, sino de producir algo en lo que quieres creer”.


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