“La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.

Camilo José Cela

miércoles, 4 de mayo de 2016

Se hunde el barco

Por: Edinson Martínez 
@emartz1 

El título de este artículo es una grata invitación al recuerdo musical de los venezolanos, una evocación melodiosa que al mismo tiempo trasciende nuestras fronteras, especialmente, en el entorno geográfico del Caribe. Es un viejo merengue de la autoría del compositor dominicano Porfi Jiménez, quien en la penúltima década del siglo pasado se hizo popular –viral, como ahora se dice- en todos los convites, fiestas y celebraciones de variado género, además de ubicarse con lugar destacado en las carteleras musicales de las estaciones radiales del país. Fue todo un éxito, sin duda alguna, y con el tiempo fue integrándose en el inconsciente colectivo de varias generaciones de venezolanos. Escuchar en nuestros días Se hunde el barco, es una placentera y sabrosa evocación rumbera. Pero cuando ese hundimiento se refiere a un hecho real y concreto, es evidente que no tiene nada de jaranero o agradable, salvo que se trate del Titanic, es decir, de la versión fílmica de su naufragio, en tanto la diversidad de emociones que despierta entre los habituales del cine. Es en la cinta cinematográfica donde un grupo de resignados músicos acompañan hasta su destino final al célebre buque que ni el mismo Dios hundiría. En efecto, hay casos así, ciertamente -y qué no hay en este mundo de vivos…-, en que los momentos finales se acompañan de una suerte de banda sonora para la eternidad. Hace algunos años leí en la crónica roja de uno de nuestros diarios, una nota informativa sobre un difunto, cuyo último deseo se remitió a solicitar un cortejo fúnebre con el acompañamiento orquestal de la famosa canción de José Alfredo Rodríguez, El Rey. El tema musical de Porfi Jiménez guapachosamente nos habla de un barco que se hunde con un cambio de rumbo y un capitán que no sabe qué hacer. Y así parece que será en nuestra prosaica vida de por estas calles –valga el recuerdo del tema musical del mismo nombre, éxito de aquellos años de crisis que ahora nos lucen como un dolor de cabeza pasajero-, con músicos y todos los que en esta nave viajamos desde 1830. 

Este barco echado al mar de la vida en 1830 –fecha de nuestra partida de nacimiento como Venezuela-, con tanto prodigio natural, que ni el mismísimo Dios tampoco habría podido naufragar, está en barrena desde hace rato por causa de su capitán de relevo. Quién habría imaginado que este país pleno de abundantes y variadas riquezas en su subsuelo, con un clima, además, envidiable -elogio frecuente a voz en cuello por nacionales de otras regiones del mundo que padecen los rigores de crudos inviernos capaces de hacer crujir los huesos- para labores del campo sin alteraciones fatales. Con una amplia costa marina de dos mil setecientos kilómetros que ya quisieran para sí muchos países, algunos de los cuales no tienen ni un metro cuadrado de playa. Y, por si fuera poco, la escasísima presencia de amenazas naturales por huracanes o fenómenos similares. Que nunca nos ha importado si el vecino de al lado es musulmán, judío o budista, porque cuando pisan esta tierra, llamada de gracia alguna vez no por casualidad, se nos hacen compadres o amigos muy entrañables, que aquí quiere decir más o menos lo mismo, y las diferencias no pocas veces se resuelven con una fría de por medio. Que el azar, para no entrar en detalles sobre que otras razones privaron, nos conformó de norte a sur y de este a oeste con modos de ser tan ponderadamente compatibles, que un maracucho cuando visita oriente se siente como en casa. Y el andino apreciado en cualquier región del país, donde sobresale por su comportamiento ciudadano. Nunca hemos estado en guerra con nación alguna, y tampoco involucrados en conspiraciones internacionales para agredir a nadie. Por décadas fuimos el destino de miles de personas que huían de las confrontaciones bélicas que arrasaban sus países, en esos momentos de desesperación nos escogieron como el lugar para vivir y probablemente morir, como muchos lo hicieron, luego de empeñarse en hacer realidad sus sueños más preciados en este pedazo de tierra ubicado entre el Ecuador y el Trópico de Cáncer. 

Cómo es posible que un país así, con todas esas ventajas naturales y de competitividad económica, porque es válido apuntar, que el gobierno de este capitán, que viene a ser el mismo del anterior, tuvo la suerte de coincidir con uno de los ciclos de expansión capitalista más largos de los últimos años –todos sabemos que el capitalismo oscila su crecimiento entre lapsos de caídas y subidas de sus magnitudes económicas, que dichas fluctuaciones le son consustanciales a su metabolismo; y no como consecuencia de una mano providencial, mesiánica, en este caso la del narciso eterno, como una vez se intentó decir-, el cual hizo posible el incremento sostenido de las cotizaciones de las materias primas a nivel internacional, beneficiándonos, en consecuencia, de los altos niveles de precios experimentados por nuestro principal producto de exportación por al menos la mitad del periodo gubernamental; cómo es posible, reitero, que este país, pueda encontrarse en el estado ruinoso y desolado que hoy presenta.

Algo malo hemos debido hacer en otra vida, me decía karmáticamente una vieja amiga, casi que resignada al mal vivir que ya otras naciones han soportado por una eternidad –cuando conversaba con ella vino a mi memoria un recuerdo vago de la lectura de Antes que anochezca de Reinaldo Arenas, escritor cubano ya fallecido, donde relata que la compañera más intima que tenían era el hambre, las personas rogaban en los establecimientos que les vendieran pollos y huevos, que estaban dispuestas a pagarlos al precio que fuera, pero se les negaba porque estos locales eran del pueblo y no podían vender a particulares…-, y que hoy son una de esas tantas personas que integran una franja creciente de venezolanos que busca explicaciones astrales, religiosas y esotéricas a la situación del país. Que por cierto, valga la referencia, en este naufragio colectivo, la abundancia de comentarios y argumentaciones de este linaje que se envían por mensajes telefónicos y redes sociales, bien podrían engrosar el acervo mágico religioso de nuestra condición Caribe. 

Y así es, el barco se hunde, mi querido capitán, intentemos ponerlo a flote los venezolanos que nos resistimos a esta locura que ha usado la política como excusa para el pillaje. Comparto con ustedes la letra del tema musical referido en el título de este artículo.  

Se hunde el barco mi querido capitán 
Se hunde el barco no lo dejen naufragar 
Se hunde el barco si usted sabe navegar 
Se hunde el barco usted nos tiene que salvar 

Si usted es marinero usted debe saber 
que el barco se hunde y no lo puede perder 
Prepare la nave que va a naufragar 
y vuelva a ponerla en su mismo lugar 

Se hunde el barco... 
Capitán, capitán 
si sube la marea 
Capitán, capitán 
vamos a naufragar 
Capitán, capitán 
procure que se vea 
Capitán, capitán 
que usted nos va a salvar 

Se hunde el barco... 
El cambio de rumbo resultó fatal 
pues olas inmensas nos van a atacar 
corrija la ruta mi buen capitán 
pues se acaba el tiempo de rectificar 

Se hunde el barco... 
Capitán, capitán... 
Se hunde el barco mi querido capitán 
Se hunde el barco olas vienen y olas van 
Se hunde el barco si usted sabe navegar 
Se hunde el barco usted nos tiene que salvar 
Se hunde el barco este barco se va a hundir 
Se hunde el barco porque usted lo lleva mal 
Se hunde el barco si usted no lo lleva a puerto 
Se hunde el barco este barco va a naufragar